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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 52. Mujeres trabajadoras.


Por otra parte, las mujeres eran utilizadas como fuerza variable de trabajo. Lo habitual era que la mujer con hijos entrara a trabajar más tarde para poder dejar a los niños en la guardería o el colegio y saliera antes, a tiempo de recogerles por la tarde. Hasta ahí, todo era perfecto. Si había un pico o un valle de necesidades laborales las mujeres ampliaban su jornada o la disminuían. Aquello me pareció normal en los años 80 pero ahora me parecía bastante machista. A la mujer casada y con hijos se le cortaban las alas para el progreso. Quizá por ello, era raro encontrarlas por la noche en los restaurantes donde se reunían los trabajadores tras la jornada laboral.
Al regresar del viaje, mi cuñada Mercedes me preguntó si consideraba que los japoneses eran felices. Una pregunta difícil ya que generalizar en una sociedad tan amplia podía implicar un análisis simplista. En los vagones o en la calle eran de rostro hermético y no se podía adivinar su ánimo. Les habían educado para obedecer, para trabajar y respetar el orden social. Es verdad que sonreían sin grandes esfuerzos y que disfrutaban en los festivales.
En el artículo ya mencionado de Inés Possemeyer, La solución son las mujeres, se mencionaba que sólo el 7 por ciento de los japoneses estaba contento con el equilibrio de su vida y el trabajo. Sólo el 26 por ciento estaba contento con su trabajo, frente al 46 por ciento de España. Las horas extra estaban institucionalizadas como símbolo de fidelidad (nadie se marchaba antes que el jefe) pero detrás se encontraba la necesidad de realizarlas para poder mantener a la familia. Hasta los 35 años o más la mitad de la población activa no ganaba lo suficiente para vivir. Muchos jóvenes estaban atrapados en un mercado laboral que los convertía en lo que llamaban irregulares, personas que no tenían derechos habituales de los trabajadores, como la baja parental, las vacaciones, la seguridad social o el paro. Los irregulares eran el 40 por ciento de los empleados y el 80 por ciento de los nuevos. Un panorama que nos resultaba conocido en nuestro país. Los que estaban dentro gozaban de derechos y los de fuera estaban marginados. El deseo de conseguir lo que tenían sus padres, una casa, una familia, unos hijos, era una entelequia. Sólo en uno de cada doce hogares había niños pequeños.

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