No estuvimos demasiado tiempo en
el barrio de Roppongi. Nuestra visita fue casi intrascendente en el viaje,
aunque merecía una vuelta por sus calles.
Al salir del metro nos
encontramos con un gran despliegue de rascacielos iluminados, algunos de ellos
profundamente atractivos. Roppongi era zona de diversión, de restaurantes, de
galerías y tiendas, de arte, de marcha nocturna para extranjeros. Conservaba
aún un par de jardines que lo oxigenaban, algún templo que no era
imprescindible y el ajetreo típico de toda zona de Tokio que se preciara de
figurar en las guías.
Era también el barrio de las
embajadas. La de España se encontraba allí, en el sector 1. Por el día se
poblaba de oficinistas y directivos, de trabajadores camino de su oficina, de
movimiento, de la dinámica que ya habíamos comprobado en otras zonas.
Nos habían aconsejado ir a
Midtown y a Roppongi Hills. En Midtown estaba Fuji Film Square y un manojo de
torres de acero y cristal. Roppongi Hills era otro complejo con centros
comerciales, oficinas y todo lo necesario para los habitantes temporales.
También, la torre Tokyo City View y su magnífico observatorio desde donde se
abarcaba una zona amplia de la ciudad. El museo Mori se ubicaba a 238 metros.
En la Breve historia de la civilización japonesa se alababa este
complejo:
“Ninguna
otra ciudad puede preciarse de albergar nada que iguale, por sus dimensiones y ambiciones,
al gigantesco complejo Roppongi Hills, inaugurado en 2003 y que contiene unas
700 tiendas y boutiques, un hotel Grand Hyatt, apartamentos de lujo, la sala de
cine más grande de Tokio, unos 68.000 árboles y plantas, y un museo tan global
en lo que respecta a la procedencia de las obras que exhibe como falto de
criterio en los gustos”. Y acababa afirmando: “Roppongi Hills es, entre otras
cosas, una expresión de optimismo ante el futuro”.
Era el máximo exponente del
Japón que salía de la recesión y expresaba su poderío en vertical.
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