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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 47. Yokohama. El puerto.



Lo que nos impresionó fue la terminal marítima, Osanbashi Pier, obra del arquitecto español Alejandro Zaera-Polo y de Farshid Moussavi, que salieron triunfadores sobre 660 proyectos que se presentaron al concurso internacional convocado. El diseño consiguió que fuera un símbolo del puerto y un orgullo para la ciudad y el país.
La terminal se adentraba en el mar con sus formas onduladas, su superficie de madera y sus jardines en la parte superior. Merecía la pena pasear por ellos y contemplar el skyline de la ciudad, el puerto, el faro, un barco antiguo, la llegada del ferry, la noria. La sorpresa fue observar el monte Fuji que se había desprendido de sus nubes y se mostraba en un hueco del tejido urbano.

“Vio como, con maravillosa precisión, el sol esculpía un par de tensos músculos en los macizos blancos como la nieve de las nubes a lo lejos”. La imagen de Mishima se repetía en el horizonte. “Y si no me engaño, algún día sonará en el alba un cuerno límpido y solitario, y una nube turgente, traspasada de luz, descenderá velozmente, y la imperiosa voz de la gloria me requerirá desde la lejanía…Y tendré que saltar de la cama y partir solo”[1]. Esas palabras resuenan con el recuerdo de la novela ambientada en Yokohama. Como Ryuji, quizá hayamos renunciado a la gloria. Recuerdo la portada del libro de la edición de bolsillo de la editorial Bruguera con una foto de los miembros del Tate no kai, la Sociedad de los Escudos, un grupo formado por Mishima dedicado a defender los valores tradicionales japoneses y la veneración del emperador. Con cuatro de sus militantes asaltó el 25 de noviembre de 1970 el cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa. El fracaso de la acción le empujó al suicidio ritual, al seppuku.



[1] De El marino que perdió la Gracia del mar, de Yukio Mishima.

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