Desde Chinatown nos acercamos al
parque Yokohama Koen, una antigua zona de pantanos ganada al mar. Allí estaba
el estadio de fútbol. En el mismo se jugó la final del campeonato del mundo
organizado por Corea y Japón en 2002. También había acogido varios partidos de
la copa Intercontinental. La afición de los japoneses al fútbol quedaba fuera
de toda duda.
Cuando nos acercábamos al parque
Yamashita, frente al mar, unas chicas se dirigieron a nosotros al oírnos hablar
en español. Una de ellas era peruana y descendiente de aquellos japoneses que
habían cruzado el Pacífico en busca de fortuna. Por lo elegante que iba estaba
claro que la familia la encontró. Las otras dos chicas no hablaban más que
japonés. Nos aconsejaron acercarnos hasta los antiguos almacenes de ladrillo
rojo que sirvieron como dependencias de aduanas y que se habían reconvertido en
zona de ocio. Era el lugar de copas más afamado de la ciudad. Era evidente que
en todo el mundo habían aplicado las mismas fórmulas y se habían reformado
estructuras portuarias marginales que se habían transformado en centros comerciales
y zonas de diversión.
A lo lejos contemplamos el
Puente de la Bahía que atravesaba el puerto, una impresionante obra de
ingeniería de 860 metros inaugurada en 1989 para facilitar las comunicaciones
con la zona. Desde entonces, pasó a formar parte del paisaje del puerto.
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