Coraza romana. Museo de Cádiz.
Mientras me documentaba para
escribir mis crónicas de Uzbekistán y Kirguistán leí un interesante libro, The Silk Roads (Las rutas de la seda;
hay edición en español), de Peter Frankopan. Al leer el capítulo cuatro, The Road to Revolution (La ruta de la
revolución) fui consciente de que una pandemia puso las bases para la recesión
de dos poderes enfrentados y la ascensión de un nuevo mundo.
En el año 541 estalló una
epidemia de peste bubónica que acabó con una parte de la población del mundo
conocido, desde China hasta el confín oeste del imperio romano. En
Constantinopla reinaba Justiniano (527-565) que había expandido hacia occidente
el imperio de oriente. A esta pandemia le siguió una depresión económica
crónica con una fuerte alteración en los hábitos de vida de los vasallos del
imperio. También, del imperio persa.
Las luchas entre ambos imperios
se sucedieron y fueron debilitando a ambos contendientes. Las poderosas tribus
nómadas turcas de Asia Central fueron conscientes de ello e intentaron tomar el
relevo de las dos potencias o al menos aprovecharse de la situación. Hacia
finales de la década de 580, el general Vahram se rebeló contra su señor, el
Sha Khusraw II, y le derrocó. Éste buscó ayuda en Constantinopla a cambio de
diversas concesiones. Al final, tras décadas de lucha, ambos imperios acabaron
agotados y el ascenso de los árabes fue sencillo. El pueblo estaba harto de
tanta inestabilidad. Acogieron el islam como una liberación. Las enseñanzas de
Mahoma encontraron mentes fértiles para que creciera su doctrina.
La historia se mueve entre la
reiteración y la evolución. A veces esa evolución es un simple cambio de
formas, una nueva manera de ejercer la dominación. Los imperios nacen, crecen,
entran en recesión y se extinguen. Nacen otros nuevos que siguen las mismas
pautas.
La pregunta que debemos hacernos
es si ese patrón se repetirá en nuestros días. Se repite la pandemia, que se
extiende con unos parámetros diferentes, pero que deja un rastro de recesión
económica que habrá que corregir para evitar una nueva crisis dentro de cierto
tiempo. Mientras, los ciudadanos ven disminuir su nivel de vida, su seguridad,
sus expectativas. Mientras todo ello sea temporal lo asumirán como necesario. Otra
cosa será si supone descender un peldaño en sus comodidades. En paralelo a esa
decadencia se produce el ascenso de un nuevo poder. Y, previsiblemente, un
cambio en el modelo del mundo.
Contaba Frankopan en su libro
que Justiniano regó de dinero a los pueblos al otro lado de sus fronteras para
evitar conflictos con los mismos, lo que hizo que crecieran en riqueza y, en
definitiva, en poder. Un poder que luego se revolvió frente a ellos. Cuando sus
sucesores quisieron dejar de pagar esos tributos ya era demasiado tarde.
Los países occidentales han deslocalizado
sus industrias para que produzcan en China. El gigante del este ha acumulado
liquidez, ha construido buenas infraestructuras, ha ampliado su clase media.
Los países occidentales han acumulado deudas, como Estados Unidos o Europa.
Antes, producían textil de baja calidad y otras mercancías de bajo valor, pero
hoy en día fabrican placas solares, respiradores o vacunas, para poner unos
simples ejemplos del avance tecnológico de China. Las carencias en el
suministro que han aflorado durante la pandemia se han paliado con compras
masivas al vecino del este. China saldrá reforzada de esta crisis. Los
perdedores los pueden intuir ustedes.
Podemos seguir ciegos o
rectificar nuestros errores. Renovarse o morir.
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