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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 29. Alternativas para el descanso.



En Shinjuku cenamos tras una breve búsqueda de un local que ofreciera tempura[1], un antojo de Javier al que nos adherimos todos. Charlamos poco en la cena: estábamos fundidos.
En Japón se podía comer barato, gustoso y rápido en casi cualquier sitio. El país contaba con unos 160.000 restaurantes y casas de comidas. Había costumbre de comer fuera, lo que permitía una gran afluencia de público, masa crítica que permitía abaratar los precios. Comer por 1.000 o 1.500 yenes (entre 8 y 12 euros) era fácil. La cerveza disparaba el importe de la comida ya que estaba sobre los 400 ó 600 yenes.
No era infrecuente que quien atendía en el restaurante fuera de edad avanzada.
Para los rezagados de la noche se abrían varias posibilidades de descanso. La primera era gastarse una pequeña fortuna en un taxi para volver a casa cuando el metro y el tren habían cesado en el servicio. El metro cerraba a las 12 de la noche, según la guía, aunque no apuramos tanto ningún día.
La segunda podía ser prolongar la juerga en un karaoke hasta el amanecer. Contratabas un free time y hasta que el cuerpo aguantara o cerraran. Creo que hasta las cinco de la mañana podías permanecer cantando.
La tercera podía ser algo incómoda: el cyber. Por una cantidad moderada podías quedarte a dormir en un cybercafé. En qué condiciones, lo desconozco.
A varias manzanas de nuestro hotel se encontraba una de las opciones más curiosas y originales: los hoteles cápsula. Los habíamos visto en la televisión en uno de esos programas de viajeros por el mundo (no recuerdo la cadena) aunque los asocio con la expresión de claustrofobia de Ángel, un amigo de José Ramón, alto ejecutivo de una auditora y consultora internacional. Nos reunimos con él unas semanas antes de nuestra salida. Aún recuerdo la expresión de su rostro y el movimiento de sus brazos cuando reproducía su experiencia. Todos los que lo utilizaban aquella noche eran extranjeros.
No estaban mal montados. Ofrecían baños compartidos, sala de juegos para dejarse la pasta y aplazar el ingreso en la cápsula (que me recordaba a las cámaras para hacerte una resonancia magnética) y otros servicios según las categorías.
Eran exclusivamente para hombres, supongo que para evitar contubernios o escándalos. ¡Menuda perversión en un lugar tan pequeño! Les podrían llover reclamaciones por los síncopes o los tirones de los clientes.
La cápsula estaba montada con todos los detalles que uno esperaba de una habitación de hotel: televisión, música, películas, una lamparilla para leer... incluso se podía dormir.
Menos mal que teníamos un buen hotel. El sueño fue reparador.


[1] La tempura es verdura rebozada. Es de origen portugués.

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