Hace algún tiempo, un antiguo
jefe me preguntó en un cóctel en que coincidimos cuánto tiempo tardaba en
escribir uno de mis libros de viajes. Le contesté sin dudar: un año.
En los últimos tiempos he
mejorado la forma de escribir mis libros, tanto en cuanto a su técnica
literaria (eso espero) como en la labor de investigación y acopio de materiales
que sirven para documentar los relatos. Aún así, sigo tardando un año en dar a
luz mis proyectos. Sin duda, exigen un periodo de maduración. Redacto una
primera versión, la dejo en maceración, la retomo, la amplío con nuevas
lecturas relacionadas con el lugar, reviso, modifico y voy alumbrando varias
versiones hasta que me canso de corregir. Alterar ese proceso con una mayor
velocidad sería como intentar hacer un vino de reserva en tres meses:
imposible.
Evidentemente, mientras estoy concentrado
en uno de estos proyectos dejo poco espacio para otros, máxime porque mis obligaciones
profesionales, la de abogado y la de profesor, me obligan a dedicarles mucho de
mi tiempo de máxima calidad. Es verdad que escribo otros trabajos más cortos,
pero no me atrevo con otras aspiraciones a más largo plazo, como una novela.
Los borradores de mis novelas avanzan muy lánguidamente y quedan para otro
momento.
En más de una ocasión me he
planteado no escribir sobre uno de esos viajes del verano. Lo he desechado porque
me han dejado una impresión tan fuerte que no podía aparcarlos. La otra
solución era no realizar un viaje largo. Era demasiada renuncia.
A estas alturas de mayo solía
tener trazados mis planes, uno principal y alguno más en la recámara por si
surgía algún problema. Este año no he tomado ninguna decisión al ser consciente
de que las posibilidades de salir al extranjero más lejano se reducen y que lo
más sensato sería quedarme en España o hacer una escapada breve y cercana. Lo
primero que debe cumplir ese destino extranjero es que disponga de un sistema
sanitario fiable y que las posibilidades de repatriación sean efectivas. Eso
reduce el abanico a la Unión Europea y poco más. Siempre, claro está, que se
abran las fronteras y nos permitan entrar a los españoles, que ahora mismo, con
los italianos, ocupamos plazas de apestados.
Nuevamente la pandemia ofrece
una oportunidad: el turismo de cercanía y otoño libre para avanzar en alguna
novela. Me gustaría tomar el coche y dejarme llevar por la intuición y visitar
algunos de esos rincones de nuestra geografía que aún me son ajenos. O volver a
otros míticos que me dejaron un recuerdo indeleble que realmente se ha borrado
de mi mente.
Por otra parte, creo que es un
año para realizar turismo que ayude a nuestro país. Es un sector esencial de
nuestra economía, tanto por su peso en el PIB como por la gran cantidad de
gente que emplea. Me han parecido lamentables las declaraciones del ministro
del ramo, señor Garzón, que afirma que el turismo es un sector estacional,
precario y de bajo valor añadido. También las del ministro de Transportes,
señor Ávalos, manifestando que era un sector que había que sacrificar. Sin
embargo, cuando nos asumamos a nuestro entorno más inmediato, todos los países
han tomado medidas para reactivar el turismo, conscientes de su importancia.
Hay que compatibilizar economía con salud.
Lo que no sé es si alguien se apuntará
a esos planes o alguien me ofrecerá otros. O si empezaré las novelas en Madrid porque
no me voy a ningún sitio, o en la playa, con la familia.
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