…muerde la dura cáscara,
muerde aunque nunca
llegues
hasta la celda donde
cuaja el futuro.
Claudio Rodríguez.
Me planteo si en mi vida he
buscado siempre con ahínco la Verdad, con mayúscula, no la verdad que uno traza
para vivir sin demasiados remordimientos de conciencia. Hace un momento pensé
que siempre fue ese mi objetivo.
Pero el confinamiento me ha
hecho más relativista, no sé si por la abundancia de lecturas, algunas
claramente tóxicas y olvidables, o porque aún no he logrado el grado de madurez
suficiente para discernir la verdad auténtica de su sucedáneo más pobre y
asqueroso. El detonante más inmediato ha sido una lectura de La magia de la niñez, del escritor
islandés Gudbergur Bergsson, muy vinculado a España por haber residido en
nuestro país e interesarse por nuestro idioma y nuestra literatura. El texto
dice así: “Has recorrido el mismo camino de mentiras que la mayoría de la gente
recorre a lo largo de su vida hasta llegar a la tumba”.
He preferido ponerme a escribir
en vez de meditar sobre esa tajante afirmación y su aplicación a mi vida. Me ha
resultado terrible reconocer que mi existencia había sido un camino de
mentiras, puestas por mí o por otros, admitidas porque no tenía más remedio
para subsistir o aceptadas porque hacían más cómoda mi trayectoria vital.
En estas últimas semanas se ha
acrecentado mi sensación de que lo que se nos ofrecía a través de los medios de
comunicación social tradicionales o de opiniones ajenas a través de otros
medios, era sólo una envoltura, la cáscara, un vestido más o menos lógico del
mundo. Una mera apariencia que impedía acceder al núcleo, a la esencia, a la
verdad. Internet es el reino de esas percepciones superficiales en forma de
tormenta. Una abundancia de materiales informes que alguien manipula para
controlar las mentes y hacer con ellas lo que estime pertinente para los intereses
de ciertos grupos. Las ideas verdaderas que servirían para el buen camino
estaban bajo esa maraña infumable.
Me resisto a ser manipulado para
estar al servicio de las mentiras y de sus intereses de banalización, de
envidia, ambición y otros pecados. Sin embargo, soy consciente de que no he
sido capaz de exiliarme de esa corriente que es el camino de las mentiras. Las
apariencias reconfortan a corto plazo, pero son destructivas cuando se filtran
por la piel y se asientan en nuestras mentes y nuestros espíritus.
Pero, si tan ajeno soy a poder
trazar mi destino en la Verdad, ¿qué me queda hacer? Quizá nada más que pensar
y mantener mi intención de rebeldía.
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