Un barrio tan interesante tenía
un nombre horripilante, Valle astringente. Esa era la traducción de Shibuya.
Olvídese de la traducción española y dispóngase a salir de la estación por la
salida Hachiko.
Hachiko fue un ejemplo de
fidelidad. Hachiko fue el perro de un profesor de universidad que todas las
mañanas despedía a su amo en aquel lugar y le esperaba a la vuelta del trabajo
por las tardes. El profesor murió en 1925. Sin embargo, Hachiko continuó con su
rutina durante once años más. Tan hermosa historia ha quedado homenajeada con
una estatua del perro en un pequeño jardín frente a la estación. En el hueco
que dejaban sus patas se había instalado un gato que disfrutaba con la
popularidad de su amigo. Continuamente se situaban junto a la escultura
personas que se fotografiaban con aquel ejemplo de lealtad. Era habitual quedar
junto a la estatua, como en Madrid se quedaba junto al oso y el madroño.
El flujo de gente se había
incrementado. Era algo necesario porque el segundo atractivo de Shibuya era el
cruce de calles más animado del mundo, el Kousaten. Mientras discurrían los
vehículos y los semáforos estaban en azul, los peatones se agrupaban en las
aceras. Como para saltarse el semáforo. Al ponerse en rojo, las masas se
arrojaban a los pasos de cebra y asaltaban la calzada. Durante unos segundos la
invasión era tremenda. Volvía el tráfico y los transeúntes se represaban. Se
cerraba el semáforo y regresaba el flujo humano. Para observarlo con algo más
de perspectiva bastaba subirse a un banco o una jardinera. Lo ideal era subir
al Starbucks de una de las esquinas y alucinar con el tropel en movimiento.
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