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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 20. Shibuya, Hachico y el cruce.



Un barrio tan interesante tenía un nombre horripilante, Valle astringente. Esa era la traducción de Shibuya. Olvídese de la traducción española y dispóngase a salir de la estación por la salida Hachiko.
Hachiko fue un ejemplo de fidelidad. Hachiko fue el perro de un profesor de universidad que todas las mañanas despedía a su amo en aquel lugar y le esperaba a la vuelta del trabajo por las tardes. El profesor murió en 1925. Sin embargo, Hachiko continuó con su rutina durante once años más. Tan hermosa historia ha quedado homenajeada con una estatua del perro en un pequeño jardín frente a la estación. En el hueco que dejaban sus patas se había instalado un gato que disfrutaba con la popularidad de su amigo. Continuamente se situaban junto a la escultura personas que se fotografiaban con aquel ejemplo de lealtad. Era habitual quedar junto a la estatua, como en Madrid se quedaba junto al oso y el madroño.

El flujo de gente se había incrementado. Era algo necesario porque el segundo atractivo de Shibuya era el cruce de calles más animado del mundo, el Kousaten. Mientras discurrían los vehículos y los semáforos estaban en azul, los peatones se agrupaban en las aceras. Como para saltarse el semáforo. Al ponerse en rojo, las masas se arrojaban a los pasos de cebra y asaltaban la calzada. Durante unos segundos la invasión era tremenda. Volvía el tráfico y los transeúntes se represaban. Se cerraba el semáforo y regresaba el flujo humano. Para observarlo con algo más de perspectiva bastaba subirse a un banco o una jardinera. Lo ideal era subir al Starbucks de una de las esquinas y alucinar con el tropel en movimiento.

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