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Yo me quedo en casa 62. La luz de la poesía.



Leo una noticia que afirma que España fue el país con menos sol de Europa y el norte de África entre el 15 de marzo y el 23 de abril. Por eso creo que la poesía ha ocupado su lugar y es la que me ha salvado.
Entre el mundo de oportunidades que se abrieron con el confinamiento, el regreso a la lectura de poesía ha sido uno de los más refrescantes. En los últimos años había comprado poca poesía y esos escasos libros habían acabado arrumbados sin demasiadas oportunidades. Estas semanas me han ofrecido tiempo para deleitarme con los versos con cierta continuidad.
Lo primero que aprecié fue que había perdido el don de la comprensión de la poesía. O quizá era el estado de ánimo que requiere su lectura. Tomaba un libro, abría sus páginas, leía y no me transmitía nada. Lo volví a intentar, esta vez sin adjudicarle los momentos marginales del día, esos huecos de la basura en mis rutinas diarias. Me serenaba, le daba tiempo y leía con pausa, releía, reflexionaba, regresaba un tiempo después. La experiencia era inicialmente agradable. Después, gozosa. Me fui animando y recuperé algunos libros a los que tuve que expurgar del polvo acumulado. Soy alérgico al polvo y los ácaros, que se suelen acomodar en los libros viejos o anchamente inutilizados.
Me encanta comprobar que los versos cambian según el momento de la lectura, como los paisajes o las ciudades a diferentes horas del día, o en diferentes estaciones. Me aportan paz, algo tan necesario en estos días, me aportan color, tonalidades de sentimientos en circunstancias grises. Me abren al campo, me llevan a las ciudades de la mano (sin temor a contagiarme) y me introducen en las almas de personas desconocidas. Son una experiencia lírica, plagada de belleza sincera, son brisa rehabilitadora en espacio cerrado. Son tan necesarios como el pan nuestro de cada día. Son el alimento del espíritu.

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