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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 17. Amaterasu.


Continúa su descripción con un hermoso relato que vincula a esos dioses principales con los emperadores del país:
"Los amores y las rencillas de la diosa del Sol con su hermano el Hércules japonés ocupan gran parte de la mitología nipona. Susanowo (sería el Susa-no-o-no-mikoto de Sokyo Ono) era de carácter tan violento, que al disputar una vez con su hermana arrojó un caballo muerto sobre el telar en que tejía ésta, rompiendo su labor. Amaterasu, ofendida, fue a ocultarse en esta gruta, y el mundo de los dioses quedó consternado por esta fuga, que privaba a la tierra de su luz solar. Pero uno de ellos, que sin duda representaba la astucia y era experto conocedor de la vanidad femenina, llevó a una diosa subalterna de gran belleza frente a la entrada de dicha gruta, tapada con enormes piedras.
Todos los dioses formaron una orquesta con coros, y al son de la música y los cánticos la diosa empezó a danzar. A cada vuelta hacía caer una prenda de su vestido, y el coro de dioses elogiaba con entusiasmo el esplendor de las formas desnudas que iban apareciendo paulatinamente al desprenderse los velos.
Amaterasu, que escuchaba oculta tales alabanzas, se sintió celosa al enterarse de que existía una mujer más hermosa que ella, y fue separando poco a poco las piedras de la entrada para ver si realmente merecía la otra tales homenajes. El astuto dios, que esperaba este momento, agarró las piedras entreabiertas y las echó abajo tirando de Amaterasu hasta ponerla frente a la deidad desnuda. En el primer instante tuvo que reconocer con cierto dolor la belleza de su rival. Luego le dieron un espejo de mano para que se contemplase, y recobró su tranquilidad al convencerse de que era más hermosa que la otra. Esto la puso de buen humor, y accedió a desistir de su aislamiento, volviendo otra vez a iluminar el mundo.
Susanowo fue expulsado del cielo para que no molestase más a su hermana, y recibió el imperio de los mares, matando en ellos un dragón de ocho cabezas y otras bestias maléficas con un sable encantado. Un nieto de Susanowo y Amaterasu fue el primer Mikado o emperador del Japón que registra la historia, llamado Jimmuteno."[1]
Esta hermosa narración mitológica explica la veneración de los japoneses por sus emperadores: "Únicamente descienden de dioses los emperadores del Japón. Su primer antepasado tuvo por abuelos a la diosa del Sol y al dios del Valor"-expresaba Blasco Ibáñez. Una veneración que se ha prolongado ininterrumpidamente desde hace más de 2.500 años.



[1] Japón, Vicente Blasco Ibáñez, páginas 31 y 32.

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