Continúa su descripción con un
hermoso relato que vincula a esos dioses principales con los emperadores del
país:
"Los
amores y las rencillas de la diosa del Sol con su hermano el Hércules japonés
ocupan gran parte de la mitología nipona. Susanowo (sería el
Susa-no-o-no-mikoto de Sokyo Ono) era de carácter tan violento, que al disputar
una vez con su hermana arrojó un caballo muerto sobre el telar en que tejía ésta,
rompiendo su labor. Amaterasu, ofendida, fue a ocultarse en esta gruta, y el
mundo de los dioses quedó consternado por esta fuga, que privaba a la tierra de
su luz solar. Pero uno de ellos, que sin duda representaba la astucia y era
experto conocedor de la vanidad femenina, llevó a una diosa subalterna de gran
belleza frente a la entrada de dicha gruta, tapada con enormes piedras.
Todos
los dioses formaron una orquesta con coros, y al son de la música y los
cánticos la diosa empezó a danzar. A cada vuelta hacía caer una prenda de su
vestido, y el coro de dioses elogiaba con entusiasmo el esplendor de las formas
desnudas que iban apareciendo paulatinamente al desprenderse los velos.
Amaterasu,
que escuchaba oculta tales alabanzas, se sintió celosa al enterarse de que
existía una mujer más hermosa que ella, y fue separando poco a poco las piedras
de la entrada para ver si realmente merecía la otra tales homenajes. El astuto
dios, que esperaba este momento, agarró las piedras entreabiertas y las echó
abajo tirando de Amaterasu hasta ponerla frente a la deidad desnuda. En el
primer instante tuvo que reconocer con cierto dolor la belleza de su rival.
Luego le dieron un espejo de mano para que se contemplase, y recobró su
tranquilidad al convencerse de que era más hermosa que la otra. Esto la puso de
buen humor, y accedió a desistir de su aislamiento, volviendo otra vez a
iluminar el mundo.
Susanowo
fue expulsado del cielo para que no molestase más a su hermana, y recibió el
imperio de los mares, matando en ellos un dragón de ocho cabezas y otras
bestias maléficas con un sable encantado. Un nieto de Susanowo y Amaterasu fue
el primer Mikado o emperador del Japón que registra la historia, llamado
Jimmuteno."[1]
Esta hermosa narración
mitológica explica la veneración de los japoneses por sus emperadores:
"Únicamente descienden de dioses los emperadores del Japón. Su primer
antepasado tuvo por abuelos a la diosa del Sol y al dios del
Valor"-expresaba Blasco Ibáñez. Una veneración que se ha prolongado
ininterrumpidamente desde hace más de 2.500 años.
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