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Yo me quedo en casa 61. De héroes y villanos ¿Así de claro?


Monasterio Ura Kidanemehret. Etiopía.

Como a muchas otras personas me han llegado multitud de mensajes que van delimitando los grupos de héroes y villanos de esta pandemia.
Tenemos la tendencia a calificar a alguien de bueno o malo, de héroe o villano, cuando la realidad es más ambigua. Las personalidades son más complejas, los buenos caen en malas acciones y los malos realizan gestos que denotan un corazón bajo una máscara negativa. Nos gusta una novela, una serie o una película porque los personajes son complicados, con aristas, en cierta forma imprevisibles, a pesar de que los hallamos encasillado para una mejor gestión mental.
Me centraré en uno de esos personajes vapuleados por los ciudadanos: Fernando Simón. El experimento es susceptible de trasladarse a otros muchos personajes de esta nuestra historia macabra. Que cada cual elija el objeto de su experimento.
En sus primeras comparecencias, antes de que se decretara el estado de alarma, me pareció un hombre sensato. Me resultaba curioso su aspecto (sin chaqueta ni corbata) y su voz cascada. Reconozco mi simpatía en aquel momento. Su mensaje era tranquilizador en una situación que cada vez generaba más nerviosismo.
Su figura se popularizó, como me imagino que jamás le hubiera gustado que lo fuera, y le tuvimos diariamente en los noticiarios. Cuando la pandemia se convirtió en este terremoto sanitario, los memes y las críticas le cayeron de forma inmisericorde, entre el humor y la indignación. Mi opinión cambió radicalmente y me dejé llevar por la tendencia general. Malo, porque iba contra mi espíritu crítico.
El nuevo cambio de tendencia, en ese movimiento pendular que busca el punto medio y una realidad más equidistante, vino por medio de un mensaje de mi amiga Carmen, mujer de buen corazón. Reivindicaba a aquel médico vocacional que ejerció casi más como misionero que como médico en Burundi, en plena guerra civil, y que no abandonó a sus pacientes del hospital de Ntita. Un hombre que sufrió un tiroteo por conseguir medicamentos para esa gente de la que cuidaba me merece un respeto especial. Doy por válida esa fuente.
Fernando Simón es un epidemiólogo de primera categoría. No es un advenedizo. Desde 2012 es el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Eso quiere decir que se ha mantenido en su puesto con gobiernos de diferente signo. En definitiva, que es un experto, de espíritu generoso y bastante impermeable a los vaivenes políticos.
Hay un elemento que me descoloca. Al hilo de las manifestaciones del 8 de marzo, ante las cámaras, afirmó que autorizaría a su hijo a acudir a la misma. Un padre jamás autorizaría a un hijo a acudir a un acto que considerara pudiera ser perjudicial para su salud. Recordemos que Simón también se ha contagiado con el virus. Entiendo que estaba convencido de que el peligro era menor, aunque no cuadra con la información de la que disponía el Ministerio de Sanidad.
En mi opinión, le están imponiendo el guion y quizá no se desmarca porque aún cree en el proyecto que comanda, que aún es útil en su puesto. Podría dimitir y seguro que le ofrecerían un trabajo menos expuesto a las iras mediáticas y con un sueldo sensiblemente mayor. No lo hizo con sus pacientes de Burundi ni lo hará con los de España. Qué más corre por su cabeza lo ignoro y no lo aventuro.
Realizo esta reflexión sin tener claras mis conclusiones. Quizá lo mejor es dejar el final abierto, como en muchas novelas o películas, y que cada uno saque las suyas.

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