A Juan y los Miercoleros.
Todas las mañanas, desde que se
inició el confinamiento, mi amigo Juan nos manda un mensaje de ánimo. Como es
un entusiasta profesional, nos despierta del letargo, arranca de nuestro
pensamiento los malos rollos y nos lanza algún vídeo o enlace que le ponen las
pilas al más depresivo.
Juan es abogado, como yo, aunque
su vocación indudable es la de animador, no como los de los hoteles o los
cruceros, no, menos mal, sino como alguien generoso y extrovertido por
naturaleza. Le sale del alma, de forma espontánea, sin dobleces, sin buscar nada
a cambio, algo mucho más escaso en este mundo mercantilizado. En estos momentos
difíciles, una persona como Juan es esencial, es un tesoro. Sin su “marcha” no
sé lo que hubiera sido de nosotros.
Conozco a Juan desde 1989,
cuando coincidimos en el mismo despacho. Él se fue en 1992. Después hubo un
goteo incesante de compañeros y amigos. Yo me fui diez años después. Sin
embargo, continuamos nuestro contacto y nuestra amistad. Él ha asumido con
cariño la labor de convocarnos regularmente a comer (la reserva siempre a
nombre del Sr. Rodríguez). De esa forma, llevamos casi tres décadas de
encuentros regulares.
La gran pasión de Juan es el
teatro. También la poesía, los viajes y un largo etcétera. Es una persona de
una gran vitalidad que comparte sus aficiones con sus amigos y conocidos. Antes
del confinamiento era raro que no nos convocara mensualmente para algún evento.
Está al tanto de muchas iniciativas culturales que comparte.
Hace ya varios años que tomó la
sana costumbre (iniciada conjuntamente con Elena) de convocarnos al teatro una vez
al mes. Como los miércoles era el día del espectador, día ideal para nuestros
encuentros, el grupo quedó bautizado como los “Miercoleros” y las convocatorias
como los “miércoles felices”. Y, por cierto, nos hacía felices. A mí me daba
igual que la obra fuera buena o mala. Para mí, era una excusa para reunirnos,
toda una inyección de satisfacción. Por desgracia, fallo mucho, por otros
compromisos y por decidirme muchas veces cuando no hay entradas. El grupo ha
crecido incesantemente y todos los nuevos alucinan con sus iniciativas.
Cuando se inició el
confinamiento nos mandó un correo con enlaces a ofertas culturales: un ballet
por la tarde, un museo accesible de forma virtual, el último espectáculo de
Cirque du Soleil, una ópera magnífica, un concierto cariñoso, una función de
teatro que no podíamos perdernos... Y, cada semana, lo renovaba. El que se
aburriera es que era un muermo.
Silvia, su mujer, le sigue la
corriente, un torrente de energía que ella sabe administrar como ninguna otra
persona. Forman una pareja encantadora. Antes había pocas posibilidades de que
a Juan se le cayera el techo de la casa encima. Ahora, con el confinamiento, el
encierro ha sido viable gracias a ella y a Sandra, su hija, que cocina de
maravilla. Los tres forman un gran equipo.
Siempre me he considerado
afortunado por lo que me ha dado la vida. Con Juan siento que mi fortuna es
excesiva.
Qué genial que sigamos compartiendo en estos formatos y qué bien describes esa relación tan llena de cariño que Juan nos proporciona. Mil gracias por tu post chulísimo, como cuando te pones a darle a la tecla, claro! jejeje Un abrazo. Elena
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