“La nevera solidaria queda en
suspenso hasta nueva orden”, rezaba un cartel que leí al salir a comprar el
pan.
En la Iglesia Evangélica de Víctor
de la Serna, muy cerca de mi casa, colocaron una nevera para que los que tuvieran
excedentes de alimentos los compartieran con los más necesitados, o simplemente
con otros a los que aprovecharan esos productos. Cualquiera podía tomar
cualquiera de los elementos depositados en el interior. La nevera estaba
rodeada de una estructura de madera, a modo de valla, supongo que para evitar
que una noche desapareciera, a pesar de que era antigua y ya había prestado
suficientes servicios en el hogar de origen.
La crisis del Covid-19 ha afectado
con fuerza a los empresarios y a los ciudadanos en general. Pero la peor parte
se la han llevado, como siempre, los más vulnerables, los que estaban al límite
de la exclusión y dependían de las ayudas, públicas o privadas. Aquellos cuyos
menores problemas eran quedarse en casa o aburrirse. En los medios aparece el
drama de niños que, al cerrar sus colegios, han perdido la única comida decente
que disfrutaban. También, personas que no pueden pagar el alquiler o comprar
comida. O, simplemente, acudir a un comedor social, a la parroquia o a mendigar
una ayuda vital. En la calle no hay a quién pedir.
Cáritas lanzaba un mensaje de emergencia.
Sus necesidades de atención se habían multiplicado. Como las de los bancos de
alimentos y otros eslabones de la cadena de ayuda y solidaridad. En mi barrio
no lo aprecio, porque es un barrio de clase media, de posibles, donde esa
necesidad extrema es marginal. Me imagino otros barrios más maltratados y se me
abren las carnes.
Las escenas de tumultos y
rapiñas en el sur de Italia, con asaltos a supermercados y un clima de
rebelión, da que pensar si en España, en tu ciudad o en tu entorno más
inmediato, es posible algo similar. Se han reportado robos a farmacias, algún
pillaje menor. El fantasma del hambre (con las consecuencias que para la salud también
pueda acarrear) no ha aparecido. O no somos aún conscientes de ello. Y
esperemos que siga siendo un espectro y no una realidad.
Es tiempo de solidaridad, de
donaciones, de generosidad. También de gestos hacía nuestros vecinos, hacia
nuestros trabajadores, a la persona necesitada que está cerca, al que lo pasa mal.
Que cada uno organice su corazón como tenga por más conveniente.
0 comments:
Publicar un comentario