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Yo me quedo en casa 54. La nevera solidaria.



“La nevera solidaria queda en suspenso hasta nueva orden”, rezaba un cartel que leí al salir a comprar el pan.
En la Iglesia Evangélica de Víctor de la Serna, muy cerca de mi casa, colocaron una nevera para que los que tuvieran excedentes de alimentos los compartieran con los más necesitados, o simplemente con otros a los que aprovecharan esos productos. Cualquiera podía tomar cualquiera de los elementos depositados en el interior. La nevera estaba rodeada de una estructura de madera, a modo de valla, supongo que para evitar que una noche desapareciera, a pesar de que era antigua y ya había prestado suficientes servicios en el hogar de origen.
La crisis del Covid-19 ha afectado con fuerza a los empresarios y a los ciudadanos en general. Pero la peor parte se la han llevado, como siempre, los más vulnerables, los que estaban al límite de la exclusión y dependían de las ayudas, públicas o privadas. Aquellos cuyos menores problemas eran quedarse en casa o aburrirse. En los medios aparece el drama de niños que, al cerrar sus colegios, han perdido la única comida decente que disfrutaban. También, personas que no pueden pagar el alquiler o comprar comida. O, simplemente, acudir a un comedor social, a la parroquia o a mendigar una ayuda vital. En la calle no hay a quién pedir.
Cáritas lanzaba un mensaje de emergencia. Sus necesidades de atención se habían multiplicado. Como las de los bancos de alimentos y otros eslabones de la cadena de ayuda y solidaridad. En mi barrio no lo aprecio, porque es un barrio de clase media, de posibles, donde esa necesidad extrema es marginal. Me imagino otros barrios más maltratados y se me abren las carnes.
Las escenas de tumultos y rapiñas en el sur de Italia, con asaltos a supermercados y un clima de rebelión, da que pensar si en España, en tu ciudad o en tu entorno más inmediato, es posible algo similar. Se han reportado robos a farmacias, algún pillaje menor. El fantasma del hambre (con las consecuencias que para la salud también pueda acarrear) no ha aparecido. O no somos aún conscientes de ello. Y esperemos que siga siendo un espectro y no una realidad.
Es tiempo de solidaridad, de donaciones, de generosidad. También de gestos hacía nuestros vecinos, hacia nuestros trabajadores, a la persona necesitada que está cerca, al que lo pasa mal. Que cada uno organice su corazón como tenga por más conveniente.

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