Nuestro barrio confirmó las
expectativas nocturnas. Era sábado, lo cual potenciaba aún más la presencia de
gente. Las calles estaban muy animadas.
Las pantallas gigantes emitían
sus mensajes, todos los rótulos se habían encendido y esa luz artificial era
impresionante. También había crecido el ruido. Cuando el japonés se divierte no
importa el sonido alto de las pantallas, las risotadas, el barullo y el trajín.
Tsuyoshi Nagabuchi era el Bruce
Springsteen japonés con un rock consistente, sudoroso, que llegaba a los
jóvenes. Una excelente puesta en escena al más puro estilo espectacular
americano: entraba montado en una Harley, como si fuera Arnold Schwazenegger en
Terminator y estallaba la música.
Alrededor de una de esas pantallas se congregaban sus fans. Yo era uno de ellos
desde que vi un concierto en el avión.
Su estética era casi idéntica:
piernas abiertas, guitarra acústica que tocaba pero que sobre todo adornaba,
músculo, dúos con los otros miembros del grupo. Hasta el detalle de la gorra,
en este caso de Japón. Sabía enardecer a la juventud entregada. El saxo sonaba
como el de Clarence Clemons, los teclados como Roy Bittan y Danny Frederici.
A continuación saltó Ooja, otra
de las estrellas que conocía por los vídeos del avión. Nariz prominente, acompañada
en los coros por un tío con gorra hacia atrás y una chica con pelo afro. Su
estilo era muy asequible y su puesta en escena con mucho oficio. ¿Con quién
compararía a esta estrella local?
Todos cantaban en japonés.
También recurrían a las tías buenas en los vídeos.
0 comments:
Publicar un comentario