Mi amiga Carmen me invitó a
participar en una iniciativa poética: “estamos empezando un intercambio
colectivo, constructivo y esperamos que estimulante”.
En ese momento andaba liado con
las últimas correcciones de mi libro sobre Islandia, Una saga islandesa en autocaravana, con lo que le acusé recibo y me
comprometí a continuar la cadena. No soy muy de cadenas de mensajes, pero esta
iniciativa me gustó desde el principio. Además, eran comprensivos y animaban a no
pensar demasiado lo que ibas a mandar. Relájate, venían a decir. Que la
responsabilidad no te bloquee.
El reto era mandar un poema (con
flexibilidad, que también valía cualquier otro tipo de texto) favorito que te
hubiera afectado en tiempos difíciles. Me puse a pensar y no encontré nada en
una primera vuelta. Parece que mis tiempos difíciles habían sido benignos y no
se asociaban con textos de un especial relieve. Así que me puse a buscar en mi
biblioteca.
Me fui a un extremo y saqué las Casidas selectas del poeta andalusí Ibn
Zaydún, quizá para impresionar o dar un toque intelectual. Lo deseché por que
no hacía al caso. Sin embargo, marqué unos versos muy apropiados al momento:
“me consideran injustamente alguien contagioso y peligroso, con quien se
debiera evitar cualquier contacto”. El poeta cordobés no se refería al
confinamiento o al coronavirus, pero ahí estaban sus palabras. “Todos preguntan
por mi estado, si estoy bien o mal”, continuaba más adelante. Sí, mucha gente
se interesó por mi estado.
Estuve buscando una antología de
Miguel Hernández en la que confiaba encontrar ese poema de los tiempos
difíciles. Con lo que había sufrido seguro que alguno me inspiraría. Lo malo es
que fui incapaz de encontrarla, algo por otro lado normal ya que últimamente no
encuentro ningún libro que deseo o necesito en mi biblioteca.
La buena noticia fue que las
estanterías dejaron caer una antología de Rainer María Rilke. Dejé sin concluir
su lectura hace años. Moví sus páginas, leí un poco aquí y allá, y fui
consciente de que debía consagrarle más tiempo y no salir del paso.
Buscando un lugar donde
recolocarlo, visible para que fuera una de mis próximas lecturas, encontré un
libro de poemas de Joaquín Sabina: Ciento
volando de catorce. Era lo que buscaba: algo profundo y al mismo tiempo divertido,
con ese toque canalla que me entusiasma. Probé al azar, barrí un poco las hojas
del texto y me decidí por el soneto En
pie sigo:
Ni
abomino del mundo por sistema
ni
invierto en los entuertos que desfago.
El aire
que respiro es un problema
que no tienen
los muertos. Cara pago
la
prórroga forzosa de la vida
con su
ya, su enfisema, su albedrío,
sus
postres con tufillo a despedida,
sus
álamos, su prótesis, su río.
De pie
sigo, lo digo sin orgullo
pero con
garapullos de cobarde
que todo
espera porque nada es suyo:
el
sabotaje de las utopías,
la
amnistía que llega mal y tarde,
el
chantaje de las radiografías.
Muy apropiado para estos tiempos
que vivimos en que el mundo se cae a trozos ante nuestra vista cansada por
tantos días en casa. Sin embargo, nos queda la vida, con todos sus problemas,
sí, también con todos esos elementos positivos que el poema excita en mi mente.
Claro, son poemas de vida.
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