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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 10. Fauna nocturna.



Las tribus urbanas de las que nos habían hablado antes del viaje se materializaban para ir de marcha. Mucho pelo encrespado de colores, mucha ropa rompedora y cierto dejarse ir: que cada cual hiciera lo que le viniera en gana. Nadie estaba pendiente de nadie. Salvo nosotros, claro, que asistíamos al espectáculo de luz y sonido.
Pero también aparecieron los ganchos y las prostitutas, las lolitas en trajes provocativos. No eran agresivos en su oferta. Se acercaban, charlaban un rato y tanteaban las ganas de los que pululaban por allí. En las noches posteriores llegamos a conocernos y nos saludábamos como correctos vecinos. Buen rollo.
La prostitución no era tan evidente como en otros países o ciudades. Había pocas mujeres en la calle y se podría afirmar que ninguna hacía "la calle". Los negocios sexuales se cerraban en los locales, quizá en pisos de esas vías. Los ganchos impedían curiosear en esos locales que corresponderían al club de alterne de nuestro país.
Reinaba la tranquilidad. En ningún momento tuvimos sensación de peligro. El peligro era para quien se internaba en ese submundo controlado por las mafias. Las historias sobre turistas drogados y desvalijados cuando querían echar una cana al aire debían desanimar al que quisiera esos favores.
Algunos restaurantes temáticos lanzaban una oferta curiosa. El mejor ejemplo era el Robot restaurant. Cenabas en un mundo de máquinas, rodeado de androides que se movían y luchaban en el centro de la pista. Todo con un esplendoroso juego de luces y una escenografía que no decepcionaba. El tráiler que ponían en la pantalla externa del local era propio de un artista de la canción. Nos arrugamos y no entramos.
Elegimos para cenar una taberna de estilo japonés para gente local, no para turistas: una izakaya. Bueno, bonito y barato. Ahí sí que nos encontramos a gusto. El wasabi, el condimento picante, no se parecía al de nuestro país. A lo largo de los siguientes días fuimos probando esos locales. Siempre nos trataron bien y comimos magníficamente.
Esa primera noche nos retiramos pronto. Habíamos conseguido aguantar sin dormirnos, lo que nos ayudó a combatir el jet lag.

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