El bosque cubría de privacidad
templos y tumbas, héroes y dioses. Los árboles centenarios cerraban filas hasta
casi impedir el paso de la luz, aquel día más escasa aún por la lluvia.
Nieblas
del monte.
Guardas
del templo tocan
sus
caracolas.
El haiku de Taigui parecía escrito en aquel momento y en aquel lugar.
Las nubes se habían encaprichado con la montaña y formaban una niebla densa que
acariciaba las copas de los árboles. La niebla se desprendía y provocaba una
pertinaz lluvia incómoda y escénica. No sabíamos si dar gracias por su
presencia para incrementar la sensación de sacralidad. Como escribió Sogui:
No es
que atardezca,
es que
la lluvia es noche:
otoño en
la ventana.
En Tosho-gu nos recibió un torii poderoso y una primera plataforma.
Varias plataformas y varios edificios, con cierta independencia, estructuraban
el santuario sintoísta que no había tenido otro remedio que acoplarse a las
cuestas de la montaña.
La pagoda roja de cinco pisos
que quedaba a la izquierda fue un regalo del primer señor del territorio de
Wakasa-Obama, Sakai Tadakatsu, para conmemorar el trigésimo tercer aniversario
de la muerte de Ieyasu. Desgraciadamente, fue destruida por el fuego en 1815.
Gojo-no-to, que ese era su nombre, fue reconstruida y se respetó su pilar
central que constituye el elemento esencial para salvarse de los terremotos.
Tanto, que la Tokio Sky Tree utilizó el mismo sistema.
La decoración de la parte
interna de los aleros era hermosa y lo más interesante del edificio. Acogía a
los doce signos del zodíaco chino, doce animales vivarachos que trotaban entre
la naturaleza de madera.
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