Unos carteles desaconsejaban
fumar mientras se caminaba, lo cual era muy sabio, ya que con el mogollón de
personal que transitaba habría mucha carne quemada, mucha ropa con agujeros por
las brasas incontroladas, se harían reverencias de disculpa o se liarían a
guantazos de la forma más educada como consecuencia de los daños personales y
materiales. No quedaba claro si en la calle estaba prohibido fumar o
simplemente lo desaconsejaban.
Nacían así las smoking areas, urnas o apartados,
auténticas reservas para los fumadores donde se concentraban los apestados para
compartir el vicio. La conclusión es que no estaba bien visto. Desde luego, no
encontrabas a nadie fumando con la despreocupación occidental.
Arturo nos invitó en una cafetería
muy chic donde pudimos seguir
contemplando a otra tribu urbana: los serraneros de Tokio. Aprovechaban para
tomar té con pastas, un helado especial o una coca-cola. Se entretenían con el
móvil o una tableta si estaban solos o charlaban en susurros imperceptibles si
estaban acompañados.
En Chuo con Harumi, las dos
avenidas principales, se alzaba el Hattori Clock Tower con su reloj en lo alto
que recordaba al original del edificio construido por el fundador de Seiko
Corporation, Hattori Kitari. Allí estuvieron los grandes almacenes Wako que
fueron sustituidos por los Mitsukoshi. El edificio Sony, los grandes almacenes
Matsuya y otros edificios y marcas nos deleitaron en el paseo. Nos desviamos
por las calles secundarias, con menos ajetreo, y no nos decepcionaron. Incluso
nos gustaron más porque había más galerías de arte y otro ambiente más cercano.
Pasamos por delante de Kabukiza,
la sede del teatro Kabuki de la zona, yendo hacia el metro y el tren.
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