Elegí un mal día para leer el
capítulo 14, Los bueyes del Sol, de Ulises. Conste que estaba advertido porque
el estudio previo avisaba: “el episodio más difícil, tanto en su interpretación
como en su composición”, según el propio autor. Era el de técnica más
“intrincada y laberíntica en un libro poco diáfano”, en opinión de Francisco
García Tortosa, que comparto.
Pero es que el día no empezó
bien. Otra vez dormí mal y me levanté un poco resacoso, aunque no bebí nada más
que una copa generosa de vino tinto. Quizá he perdido totalmente la tolerancia
al alcohol con el confinamiento. Me fui despejando e incluso alcancé cierto
ritmo. Hasta que me di cuenta de un error garrafal.
Realizando las comprobaciones
oportunas para mi declaración de la Renta (estamos en Campaña) creí que había
cometido un error fácilmente subsanable. Cuando avancé en la revisión de los
archivos me di cuenta de que requería más ajustes. Entré en la web de la Agencia
Tributaria y encontré la forma de regularizarlo. Sin embargo, el proceso de
pago adicional no estaba claro. Fui llamando a los teléfonos que ofrece la Agencia.
En el primero, sólo para consultas de Renta. Al pulsar para otras consultas
entré en un bucle de esos en que la musiquita se corta para decirte que todos
los operadores están ocupados y que te atenderán en menos de cinco minutos. Falso.
Transcurrido un buen rato, cambié de teléfono y tras cuatro llamadas una señora
muy amable me dijo que eso no entraba en sus competencias. Eso sí, me dio más
teléfonos. Volví a disfrutar de la musiquita.
Me aventuré por mi cuenta. No
había otra alternativa. Todo bien, todo muy sencillo. Generé el NRC (el código
de pago) en mi cuenta y cuando firmé el modelo de la complementaria salió un
mensaje desesperanzador: “error 3018”. Os ahorro el resto del texto en inglés
para no aburriros. ¿A qué se refería el maldito error? Crecía mi ira. Había
pagado, pero no podía confirmar el modelo. Y nadie me hacía ni puñetero caso.
No sé si fue el espíritu de Ulises,
las fuerzas del mal tributarias o el demonio del virus que se había mutado en
virus informático.
Me puse en contacto con el banco
para anularlo o que estudiaran la posibilidad de corregirlo o transformarlo.
“¿Te vence hoy el plazo?”- Me preguntaron. Temí que lo apartaran hasta que
entrara un nuevo turno. Vaya marroncete, debieron pensar.
Para entretenerme y despejar mi
mente avancé en la lectura de Ulises
y comprobé que aquello no había quien lo entendiera. Parecía como si Joyce
hubiera cifrado el texto para que sólo lo comprendieran los que tuvieran las
claves. Y mi cabeza seguía dándole vueltas al error 3018.
Solucioné el entuerto y terminé
el capítulo. No me enteré de gran cosa. Daré por bueno que trata del nacimiento
del hombre y la palabra, como dice el estudio. El diálogo en la Maternidad y la
juerga posterior me dejaron confuso. Aunque hay fragmentos, momentos,
espectaculares.
Me animaré a continuar, que ya he
pasado el ecuador del libro.
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