Contemplando los modernos
rascacielos te convencías de la pujanza económica, a pesar de la recesión
vivida y la pérdida de protagonismo en favor de China. Las torres eran orgullo
con buena planificación. Acero, cristal y hormigón, sucesión de ventanas,
antenas de comunicación, azoteas altísimas que quedaban a nuestros pies, helipuertos,
brillos de sol en las fachadas, líneas rectas y formas puras, una ciudad en
varios niveles y escalones, calles que apenas se intuían: un conjunto al que le
podrías dedicar muchas horas de observación.
Desde el ayuntamiento nos
trasladamos a la zona de tiendas de electrónica. Los grandes vendedores como
Yamada, Denki, Big Camera o Yodobashi competían con pequeñas tiendas
abigarradas, como las antiguas tiendas libres de impuestos que había en Madrid.
Se agradecía el aire acondicionado. Todas las marcas de cámaras, relojes,
pequeños electrodomésticos, televisiones, aparatos de música y gadgets (predominaban abrumadoramente
las japonesas) se acumulaban en vitrinas y estanterías. Los modelos que aún
tardarían en llegar a España estaban allí desplegados.
Los japoneses habían conseguido
saltar una primera etapa de buenas copias a bajo precio para imponer la
vanguardia, la innovación, la última ola de la electrónica. El producto de
calidad a buen precio también había supuesto la desaparición de muchas marcas
europeas y americanas. Yamaha, Honda, Kawasaki o Suzuki habían ganado la
partida en motos, por ejemplo, a Norton o Triumph. Ducati o BMW habían
aguantado el tipo.
Menos mal que no entramos en los
grandes almacenes... jamás hubiéramos comido. Los comercios de Shinjuku eran
una locura.
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