Cruce de Shibuja. Tokio.
La coartada perfecta: eso ha
sido para muchos padres -y para muchos otros- el primer día de salida de los
niños, el domingo. También puede interpretarse que los niños han sacado a sus
padres a pasear bajo el paraguas protector del relajamiento del confinamiento
para los más pequeños.
Muchos padres han jugado el
domingo con más entusiasmo que nunca. Después de varias semanas (siete, si no
me falla el recuento) a punto de explotar, han aliviado la presión de muchos
hogares. Y, como en otras ocasiones, esa apertura se ha derrochado y se ha
abusado de la misma. Seamos condescendientes. Quizá en los próximos días vuelva
la sensatez. O ayude a alcanzar el millón de sanciones.
Las instrucciones, debidamente
publicadas en el BOE, permiten salir de nueve de la mañana a nueve de la noche,
durante una hora y en un recorrido máximo de u kilómetro. Luego vendrá el
ritual de limpieza y desinfección.
La información es importante
porque es el primer paso hacia la normalización, hacia una regularidad en el
uso de la calle. Después vendrán otros pasos de la desescalada que permitan que
la vida económica y empresarial se acomode a la nueva realidad. Ya no estaremos
encarcelados, aunque habrá que mantener las distancias, los controles, unas mínimas
instrucciones de la nueva convivencia. La fecha para ello es el 2 de mayo:
podremos salir a pasear y hacer deporte. Va a haber más deportistas que nunca.
Esos pasos llegan cuando el peso
de la pandemia se empezaba a notar en mi mente y, según he comprobado al
charlar con otras personas, en la de la mayoría de la población. Necesito tomar
el sol, dar una vuelta, ver a mi familia y amigos, romper la inercia. Hasta
ahora he sido fuerte. Ahora noto la debilidad y necesito renovar mis fuerzas
con aire puro. Aunque esté cargado de polen y me haga estornudar. Y me
reprendan como un agente contaminante.
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