Tokio es vanguardia. Y ningún
lugar lo demuestra con tanta fuerza como Shinjuku.
El lado oeste de la estación
estaba poblado de altos y modernos rascacielos. La zona era de suelo estable,
lo que permitía la construcción en altura: Park Tower, el edificio Nomura, la Ciudad
de la Ópera y el edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, entre otros. La
mejor forma de contemplarlo era subir al observatorio de este último que,
además, era gratuito.
Tanto el edificio del ayuntamiento
de Tokio como Park Tower eran obra del arquitecto Kenzo Tange y fueron
terminados en la década de los 90. Eran impresionantes en altura (hasta 2005
fueron los dos edificios más altos de la ciudad), modernos y funcionales.
Al ser sábado, no había
funcionarios y si una prole de chavales en visita del colegio (o eso pensábamos).
Marchaban en fila, todo lo disciplinados que pueden ir los niños.
Desde lo alto se tenía una
visión completa de la ciudad. El calor y las brumas impedían captar el monte
Fuji. Los otros rascacielos marcaban hitos de identificación de los barrios. La
ciudad se perdía en el horizonte. En contra de nuestra primera idea, la ciudad era
bastante plana y de construcciones bajas. Mentalmente, cada uno de nosotros
trazó una ruta para los siguientes días.
Las avenidas eran amplias y el
espacio entre los rascacielos era razonable. Algunas amplias manchas verdes
señalaban los pulmones de la ciudad, los parques que recordaban a los
habitantes la naturaleza, que tanto aman los japoneses. El tráfico era fluido,
escaso. En día laborable era temible. Mejor no tener que circular por esas
calles.
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