Voy a preparar la lista de la
compra de los sentimientos:
Comprar cariños frescos. El
médico ha desaconsejado los cariños enlatados, los congelados y los de
invernadero. Cuando no es época, no es época.
Buscar fidelidades. En envase
grande dan para mucho tiempo, pero al final se rancian un poco y no está la
vida para tirar nada.
Un envase, para doblar la
realidad con la luz de darme cuenta.
Unas gafas nuevas para no perder
lo sencillo, lo que no llama la atención, lo que no es de color vibrante, de
forma extravagante.
Un par de sonrisas, que van bien
para todo.
Un saquito de alegría, ideal
para quitarle el polvo a la rutina y la monotonía, que se cuelan por todas
partes.
Quizá haya también algún filtro
de amor de esos que tanto anunciaban en las novelas antiguas.
Un quitamanchas, bueno-bueno,
para quitar los miedos, que últimamente se agarran al ánimo y no hay quien los
quite con los detergentes convencionales para el alma.
Si está bien de precio, una
tajadita de luz para que ilumine los corazones, que se están quedando algo
mustios con el ambiente encapotado de los espíritus.
Papel, para apuntar los buenos
sentimientos y no olvidarlos.
Piedad: el familiar, que hay que
utilizarla mucho y siempre falta cuando más se necesita.
Una botella de sencillez.
Mitad de cuarto de deleite. Es
preferible tener que volver a menudo a por más y no que se poche en el
frigorífico.
Ternura en rama, que la
liofilizada pierde el aroma y no condimenta tanto la vida, que es esencial para
hacer una existencia sabrosa.
Y mucho Amor: combina con todo.
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