Recibo una llamada de mi primo
Luis Alberto, un viajero empedernido con el que hacía tiempo que no hablaba.
Nos ponemos un poco al día. Lo más inmediato en nuestras vidas ya se sabe que
está relacionado con esta crisis sanitaria y con el confinamiento.
Como a otras muchas personas, le
han anulado un vuelo. El coronavirus dinamitó las vacaciones de Semana Santa de
mucha gente y ha devorado fines de semana, puentes y escapadas. Ahora queda la
labor de recuperación de lo que se ha pagado. La experiencia perdida no nos la
devolverá nadie. Ese tiempo se ha ido.
Luis Alberto se puso en contacto
con la aerolínea y esta le remitió al intermediario con quien contrató y a
quien pagó. El teléfono de esa plataforma está fuera de combate. Cuando lo
intenta con el servicio de atención al público comprueba que está colapsado. Manda
un correo electrónico y le devuelve una respuesta automática: están en ello,
piden paciencia, están desbordados.
Le comento la experiencia de mi
hermano, que tuvo la prevención de contratar un buen seguro de cancelación. Aún
está esperando. Su contacto en la agencia que gestionó su viaje frustrado a Sri
Lanka (yo también me planteé ese destino) ha sido afectada por un ERTE. No
sabía muy bien qué debía hacer. Le aconsejé paciencia. No tienen capacidad para
tanta reclamación. Quizá tampoco para las devoluciones de forma inmediata. Sin
embargo, soy optimista. Tardarán, pero devolverán el dinero. De lo contrario,
habrán firmado su sentencia de muerte.
Mi experiencia ha sido mixta en
sus resultados. Con Renfe la gestión fue rápida y exitosa. Eficacia española,
que luego despotricamos contra los nuestros, que son muy cumplidores. Me
devolvieron el dinero al instante. Como era mediante abono en mi tarjeta de
crédito, se quedó positivo, con un saldo a mi favor de 1,44 euros. Nunca me
había ocurrido. Con el hotel habrá que esperar. También lo contraté a través de
una plataforma y piden calma, también con un mensaje preestablecido. Tampoco es
mucho dinero.
Por supuesto, otro tipo de
decisiones como una reclamación a consumo o ante los tribunales sería absurdo.
Tardaría mucho más.
Mis vacaciones de Semana Santa
hubieran sido sencillas: me hubiera marchado a la playa con la familia. La
escapada a Córdoba la podrá recuperar cuando quiera con otro billete de AVE y una
reserva de hotel. Esos dos paréntesis en mi día a día me hubieran dado vidilla,
hubieran agitado un poco mi existencia para seguir trabajando a la vuelta. Y
esa es la parte que me preocupa por no poder recuperar.
Cada cancelación ha sido un
pequeño trauma para cientos de miles de familias.
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