Museo del Romanticismo. Madrid.
En la antigüedad, se consideraba
que la enfermedad era una consecuencia del pecado. Y quizás no andaban
demasiado despistados.
Bajo la pandemia subyace una
economía vulnerable, una sociedad nada equitativa, un mundo, en definitiva,
afectado por diversos males que se han evidenciado en esta crisis. Y las crisis
son momentos para ejecutar esos cambios que eran eternamente aplazados al
suponer agitar estructuras con resultados poco previsibles. Para ello,
necesitamos liderazgo.
El mundo acusa la ausencia de
auténticos hombres de estado que abandonen el cortoplacismo y se impliquen en
reformar un mundo global que hace aguas por todas partes. Lo que no funciona hay
que cambiarlo, pero las inercias lo impiden. Salvo que el líder convenza a la
sociedad de la bondad de esos cambios y se ponga al frente de su ejecución.
Hace años, le preguntaban a un
entrenador de fútbol por qué no había realizado cambios en la alineación a
pesar de que su equipo lo estaba haciendo francamente mal. Respondió que, al
contemplar el banquillo, prefirió mantener a los maulas que trotaban sin
sentido por el césped. Algo parecido nos ha ocurrido en política. Los partidos
tradicionales han quedado marcados por su gestión y la corrupción, que nos
llevó a la crisis de 2008. Hemos tirado de banquillo y los partidos surgidos de
esa pequeña y aparente revolución, algunos de ellos de marcado corte populista,
han resultado ser más perniciosos para el sistema. Más de uno habrá pensado que
mejor malo conocido que bueno por conocer, como dice el refranero. El problema
es que así no solucionamos nada.
Observo el mundo empresarial y
encuentro grandes líderes tecnológicos, innovadores, revolucionarios de la
organización empresarial. Aquí eso de renovarse o morir ha sido claro y,
parece, eficaz. Algo similar debería ocurrir en el mundo político. Estamos
hartos de que nadie ofrezca nuevas alternativas con un poco de coherencia. Los
discursos se repiten en esencia, tan sólo cambian las palabras, los nombres: cambiar
para que todo permanezca igual. La perpetuación de unos estamentos, de unas castas,
término que ha ganado adeptos por sus implicaciones sonoras.
¿Alguna propuesta de liderazgo
entre el público?
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