Sin duda, el edificio más
emblemático de la zona era Harpa, el centro de congresos y conciertos de la
ciudad, sede de la Orquesta Sinfónica de Islandia y de la ópera. Era una
imponente estructura de cristal de color verde.
En el libro de John Carlin leí
que estuvo a punto de no concluirse por la crisis de 2008. Se plantearon
abandonarlo, lo que hubiera supuesto un duro golpe para el orgullo islandés.
Era el gran símbolo de su desarrollo y pujanza económica. La ministra del ramo
tomó la decisión de que fuera el gobierno quien financiara su terminación. Se
inauguró en 2011.
Anunciaban visitas guiadas,
aunque preferimos penetrar sin preguntar por las visitas y acabamos metiéndonos
por todos los rincones. Había una convención de ingenieros –no había ningún
español- y parecía que no habría inconveniente en visitar el interior. El patio
central era luminoso y espectacular, con el juego de los ventanales y los
espejos. El objetivo era aprovechar la luz natural. Un gran trabajo del estudio
de arquitectos Henning Larsen, Olafur Eliason y Artec Consultants, Inc. Otra
visita imprescindible.
Desde aquí nos acercamos al
puerto, tanto al nuevo como al antiguo. Estaban en obras. En una explanada
contemplamos una exposición sobre antiguos viajeros a Islandia, la emigración a
América y las aventuras de los alemanes que llegaron al país tras la Segunda
Guerra Mundial.
El casco viejo nos gustó
inmediatamente. Era recoleto, silencioso y con muchos bares y restaurantes.
Empezaba a hacer algo más de frío. Desechamos la idea de visitar la Settlement
Exhibition, avanzamos hasta el Althingi, y la catedral luterana.
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