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Yo me quedo en casa 35. Radicalización versus espíritu crítico.


Museo Arqueológico de Madrid. 

En estas semanas de confinamiento hemos asistido a una progresiva radicalización de los medios, aunque es especialmente significativo en las redes sociales, donde se pierde una parte del pudor por herir a alguien. Los periódicos, las radios y las televisiones, los medios tradicionales, suelen ser más sutiles o dejan sus posiciones más extremas, que también las reclaman parte de sus seguidores, para los programas más agresivos.
Siempre me he considerado moderado y de centro (en el centro está la virtud, que decían los clásicos), con lo cual he tenido que sufrir los calificativos de blando o escasamente implicado, o ser agredido desde la derecha y la izquierda. Al no querer alinearme con ninguno de los extremos, al intentar contemporizar en mis opiniones, los más afincados en los límites de su espacio político me califican como rojo, si son de derechas, y de facha, si son de izquierdas. Lo asumo sin problemas, ya que lo importante es ser fiel conmigo mismo y leal a mis principios.
Los mensajes que se lanzan suelen estar perfectamente delineados por los estereotipos de cada tendencia. Es fácil saber qué periódico lee el interfecto que lanza el exabrupto porque no suele alterar la esencia de lo escrito por la cabecera correspondiente. Es también trasladable al resto de los medios, por lo que a veces es complicado de seguir. La gente, o un tipo de gente sin espíritu crítico, cree a pie juntillas lo que le inyectan en la mente. Su medio de referencia es algo parecido a un oráculo. Alineándose con esa tendencia forma parte de la tribu, que le arropa. No le interesa si la información es veraz, si está manipulada, si es tendenciosa, si asoma algo extraño tras esa opinión. El medio es la información.
Cuando aún era habitual leer los periódicos en papel alternaba la compra de ABC y El País. Ahora son todos accesibles por internet. Aquellas dos cabeceras eran sensatas, cada una tiraba para donde ya se sabía y me resultaba fácil detectar de qué pie cojeaba cada uno. Los cotejaba y en más de una ocasión me daba la impresión de que hablaban de países diferentes. En uno resaltaban una noticia que en otro se escondía o se ignoraba.
Con la eclosión de medios digitales y las redes sociales la información nos atrapa en oleadas agobiantes, en tsunamis indigeribles que forman una especie de vertedero donde es complicado encontrar elementos de interés. La objetividad es impensable ya que la lucha por la atención del lector obvia a algo tan pueril como la calidad o la veracidad. Lo importante es dar caña. El sensacionalismo está servido.
Podemos tomar como ejemplo la actuación del Gobierno en esta crisis. En una encuesta de ABC, sólo el 27% de los encuestados aprobaba su actuación. En la Sexta, alcanzaba el 75%. Algo fallaba, salvo que los espacios temporales en que se realizaran fueron muy dispares. Si saltamos a las redes, un sector de indignados propugna la división en bloque del Gobierno. Parten de que no ha tomado las medidas convenientes, ha actuado tarde, carece de experiencia y un largo etcétera que cualquiera puede recopilar sin problemas. Las noticias que reenviarán estarán relacionadas con el desamparo a los autónomos, a los sanitarios, los 15 millones de ayuda a las televisiones y otros muchos.
Parto de la premisa de que las decisiones del Gobierno no tienen por objeto fastidiar o destruir. Estarán matizadas por su orientación política, por el oportunismo electoral futuro o para favorecer a unos en detrimento de otros. Así, para los de la tendencia contraria, el Gobierno lo está haciendo bien, alguno opina que cualquier gobierno que hubiera habido le hubiera desbordado el problema, que hay que permanecer unidos y aplazar las responsabilidades. También aquí apelo a lo que cada uno tenga in mente.
Criticar en democracia es sano, es creativo, ayuda a progresar. La crítica debe estar bien sustentada, realizarse con educación y moderación. Al otro lado, el receptor, debe ser permeable. Debe aceptar sus errores. Sin admitir los errores es imposible buscar soluciones efectivas e implementarlas. Por ello, criticar las decisiones del gobierno no es un acto de traición, no busca socavar el estado o derrocarlo en una especie de golpe de estado. Leales, pero no sumisos. Otros dirigentes de diversas tendencias, como Trump, Macron o Johnson, y bastantes más, se han equivocado y han rectificado. Errar es humano. Claro que si el gobernante no hace caso de las críticas es normal que se vaya elevando el tono y estemos abonando el campo para la radicalización.
Un amigo comentaba que entre la factoría de intoxicación de Vox y la de Podemos no sabía con cuál quedarse. Yo me decanto por la factoría Disney, que está plagada de superhéroes.

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