Museo Arqueológico de Madrid.
En estas semanas de
confinamiento hemos asistido a una progresiva radicalización de los medios,
aunque es especialmente significativo en las redes sociales, donde se pierde
una parte del pudor por herir a alguien. Los periódicos, las radios y las
televisiones, los medios tradicionales, suelen ser más sutiles o dejan sus
posiciones más extremas, que también las reclaman parte de sus seguidores, para
los programas más agresivos.
Siempre me he considerado
moderado y de centro (en el centro está la virtud, que decían los clásicos),
con lo cual he tenido que sufrir los calificativos de blando o escasamente
implicado, o ser agredido desde la derecha y la izquierda. Al no querer
alinearme con ninguno de los extremos, al intentar contemporizar en mis
opiniones, los más afincados en los límites de su espacio político me califican
como rojo, si son de derechas, y de facha, si son de izquierdas. Lo asumo sin
problemas, ya que lo importante es ser fiel conmigo mismo y leal a mis
principios.
Los mensajes que se lanzan
suelen estar perfectamente delineados por los estereotipos de cada tendencia.
Es fácil saber qué periódico lee el interfecto que lanza el exabrupto porque no
suele alterar la esencia de lo escrito por la cabecera correspondiente. Es
también trasladable al resto de los medios, por lo que a veces es complicado de
seguir. La gente, o un tipo de gente sin espíritu crítico, cree a pie juntillas
lo que le inyectan en la mente. Su medio de referencia es algo parecido a un
oráculo. Alineándose con esa tendencia forma parte de la tribu, que le arropa.
No le interesa si la información es veraz, si está manipulada, si es
tendenciosa, si asoma algo extraño tras esa opinión. El medio es la
información.
Cuando aún era habitual leer los
periódicos en papel alternaba la compra de ABC y El País. Ahora son todos
accesibles por internet. Aquellas dos cabeceras eran sensatas, cada una tiraba
para donde ya se sabía y me resultaba fácil detectar de qué pie cojeaba cada
uno. Los cotejaba y en más de una ocasión me daba la impresión de que hablaban
de países diferentes. En uno resaltaban una noticia que en otro se escondía o se
ignoraba.
Con la eclosión de medios
digitales y las redes sociales la información nos atrapa en oleadas agobiantes,
en tsunamis indigeribles que forman una especie de vertedero donde es
complicado encontrar elementos de interés. La objetividad es impensable ya que
la lucha por la atención del lector obvia a algo tan pueril como la calidad o
la veracidad. Lo importante es dar caña. El sensacionalismo está servido.
Podemos tomar como ejemplo la
actuación del Gobierno en esta crisis. En una encuesta de ABC, sólo el 27% de
los encuestados aprobaba su actuación. En la Sexta, alcanzaba el 75%. Algo
fallaba, salvo que los espacios temporales en que se realizaran fueron muy
dispares. Si saltamos a las redes, un sector de indignados propugna la división
en bloque del Gobierno. Parten de que no ha tomado las medidas convenientes, ha
actuado tarde, carece de experiencia y un largo etcétera que cualquiera puede
recopilar sin problemas. Las noticias que reenviarán estarán relacionadas con
el desamparo a los autónomos, a los sanitarios, los 15 millones de ayuda a las
televisiones y otros muchos.
Parto de la premisa de que las
decisiones del Gobierno no tienen por objeto fastidiar o destruir. Estarán
matizadas por su orientación política, por el oportunismo electoral futuro o
para favorecer a unos en detrimento de otros. Así, para los de la tendencia
contraria, el Gobierno lo está haciendo bien, alguno opina que cualquier
gobierno que hubiera habido le hubiera desbordado el problema, que hay que
permanecer unidos y aplazar las responsabilidades. También aquí apelo a lo que
cada uno tenga in mente.
Criticar en democracia es sano,
es creativo, ayuda a progresar. La crítica debe estar bien sustentada,
realizarse con educación y moderación. Al otro lado, el receptor, debe ser
permeable. Debe aceptar sus errores. Sin admitir los errores es imposible
buscar soluciones efectivas e implementarlas. Por ello, criticar las decisiones
del gobierno no es un acto de traición, no busca socavar el estado o derrocarlo
en una especie de golpe de estado. Leales, pero no sumisos. Otros dirigentes de
diversas tendencias, como Trump, Macron o Johnson, y bastantes más, se han
equivocado y han rectificado. Errar es humano. Claro que si el gobernante no
hace caso de las críticas es normal que se vaya elevando el tono y estemos
abonando el campo para la radicalización.
Un amigo comentaba que entre la
factoría de intoxicación de Vox y la de Podemos no sabía con cuál quedarse. Yo
me decanto por la factoría Disney, que está plagada de superhéroes.
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