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Yo me quedo en casa 32. Un ejército en tiempos de paz.


Museo Cerralbo. Madrid

Una parte de la sociedad se plantea para qué sirve un ejército en la presente situación de paz en nuestro entorno. El presupuesto de defensa (insuficiente, según Trump, excesivo para un sector de la sociedad, y que desconozco) se podría dedicar a mejorar la educación, la sanidad o las prestaciones sociales.
Fue el gobierno de Aznar el que suprimió el servicio militar obligatorio (la mili) y creó un ejército mejor dimensionado, preparado y profesional. Los anteriores gobiernos de Felipe González habían apaciguado a los militares, que en 1981 habían amagado un golpe de estado y que aún conservaban un gran poder de facto. Pero en ninguno de los casos el ejército supo mejorar su imagen ante la sociedad, una peligrosa asignatura pendiente.
Desde que se tomó la decisión del confinamiento se echó mano del ejército para una pluralidad en funciones que han valorizado su buena preparación y su nuevo espíritu al servicio del estado de derecho y de la sociedad. Anteriormente, los habíamos visto intervenir en incendios, en labores de rescate, construyendo puentes provisionales. Eran reclamados en casos de urgencia y catástrofe. Ahora han entrado en nuestros hogares a través de las noticias y se ha convertido en un eje de la lucha contra el coronavirus.
Leo con interés que en los laboratorios militares se ha iniciado la fabricación de paracetamol y antivirales. Los aviones del ejército han partido hacia diferentes destinos para traer con urgencia esos suministros de primera necesidad que no llegarían de otra forma por los problemas con el transporte tradicional. La Unidad Militar de Emergencias (UME) se ha afanado en la limpieza y desinfección de espacios públicos, como estaciones o aeropuertos, o residencias de ancianos. Allí donde no era posible llegar para abastecer poblaciones casi inaccesibles o instalaciones esenciales han visto llegar al ejército. La construcción de un hospital de campaña en Ifema ha sido posible, en un alto porcentaje, gracias al ejército. Parece que ahora su experiencia es vital.
Pero no todo el mundo lo ve de la misma forma. País Vasco y Cataluña fueron reacios a su intervención en un primer momento. Simplemente, creyeron que no los necesitaban. En su conflicto político era reconocer su debilidad y que aún necesitaban a España. Al final, han tenido que reconocer su error, no sin incidentes. En concreto, como uno de los ejemplos, el mando militar se quejaba de la descoordinación con la Generalitat que solicitaba su intervención, la cancelaba y la volvía a requerir, con la considerable pérdida de tiempo en los desplazamientos y sin poder atender otras necesidades. En ocasiones, encontraban que el trabajo lo había hecho una empresa privada.
En Pamplona, manifestaron su descontento con una cacerolada contra el ejército. Me comentaron que la había convocado Bildu. En el vídeo que me mandaron (siempre me queda la duda de si es auténtico) aparecía el ejército por las calles del centro y la gente asomada a balcones y ventanas expresando su rechazo. Los verían como un ejército invasor, algo muy alejado de sus intenciones.
En otro vídeo, una persona vinculada a Podemos arengaba para que no se aplaudiera al ejército por su labor. Alegaba que ya cobraban por ello (también el personal sanitario y nadie duda en el plus de los aplausos) y dejaba caer una velada denuncia de supuestos excesos y violaciones de derechos humanos. Lógicamente, generó una repulsa general y algunos comentarios bastante subidos de tono.
Yo me alineo con los que expresan su agradecimiento.

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