Museo Cerralbo. Madrid
Una parte de la sociedad se
plantea para qué sirve un ejército en la presente situación de paz en nuestro
entorno. El presupuesto de defensa (insuficiente, según Trump, excesivo para un
sector de la sociedad, y que desconozco) se podría dedicar a mejorar la
educación, la sanidad o las prestaciones sociales.
Fue el gobierno de Aznar el que
suprimió el servicio militar obligatorio (la mili) y creó un ejército mejor
dimensionado, preparado y profesional. Los anteriores gobiernos de Felipe
González habían apaciguado a los militares, que en 1981 habían amagado un golpe
de estado y que aún conservaban un gran poder de facto. Pero en ninguno de los
casos el ejército supo mejorar su imagen ante la sociedad, una peligrosa
asignatura pendiente.
Desde que se tomó la decisión
del confinamiento se echó mano del ejército para una pluralidad en funciones
que han valorizado su buena preparación y su nuevo espíritu al servicio del
estado de derecho y de la sociedad. Anteriormente, los habíamos visto
intervenir en incendios, en labores de rescate, construyendo puentes
provisionales. Eran reclamados en casos de urgencia y catástrofe. Ahora han
entrado en nuestros hogares a través de las noticias y se ha convertido en un
eje de la lucha contra el coronavirus.
Leo con interés que en los
laboratorios militares se ha iniciado la fabricación de paracetamol y
antivirales. Los aviones del ejército han partido hacia diferentes destinos
para traer con urgencia esos suministros de primera necesidad que no llegarían
de otra forma por los problemas con el transporte tradicional. La Unidad Militar
de Emergencias (UME) se ha afanado en la limpieza y desinfección de espacios
públicos, como estaciones o aeropuertos, o residencias de ancianos. Allí donde
no era posible llegar para abastecer poblaciones casi inaccesibles o
instalaciones esenciales han visto llegar al ejército. La construcción de un
hospital de campaña en Ifema ha sido posible, en un alto porcentaje, gracias al
ejército. Parece que ahora su experiencia es vital.
Pero no todo el mundo lo ve de
la misma forma. País Vasco y Cataluña fueron reacios a su intervención en un
primer momento. Simplemente, creyeron que no los necesitaban. En su conflicto
político era reconocer su debilidad y que aún necesitaban a España. Al final,
han tenido que reconocer su error, no sin incidentes. En concreto, como uno de
los ejemplos, el mando militar se quejaba de la descoordinación con la
Generalitat que solicitaba su intervención, la cancelaba y la volvía a
requerir, con la considerable pérdida de tiempo en los desplazamientos y sin
poder atender otras necesidades. En ocasiones, encontraban que el trabajo lo
había hecho una empresa privada.
En Pamplona, manifestaron su
descontento con una cacerolada contra el ejército. Me comentaron que la había
convocado Bildu. En el vídeo que me mandaron (siempre me queda la duda de si es
auténtico) aparecía el ejército por las calles del centro y la gente asomada a
balcones y ventanas expresando su rechazo. Los verían como un ejército invasor,
algo muy alejado de sus intenciones.
En otro vídeo, una persona
vinculada a Podemos arengaba para que no se aplaudiera al ejército por su
labor. Alegaba que ya cobraban por ello (también el personal sanitario y nadie
duda en el plus de los aplausos) y dejaba caer una velada denuncia de supuestos
excesos y violaciones de derechos humanos. Lógicamente, generó una repulsa
general y algunos comentarios bastante subidos de tono.
Yo me alineo con los que
expresan su agradecimiento.
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