Hace algunos días perdí de vista
una sudadera de la Universidad de Oxford que me regaló mi sobrino Pepe. Llevaba
bastante tiempo sin utilizarla y había pasado a esa categoría de “ropa para
estar por casa” en que caen las prendas que dejan de gozar de nuestra
predilección. Aunque no estén viejas.
Aparte del valor sentimental, no
es un elemento esencial de mi día a día, pero el hecho de que haya desaparecido
de una forma inexplicable ha hecho que resucite cierto espíritu de misterios
por resolver. Sé que me la quité porque hacía calor en casa, la dejé en
cualquier sitio con la idea de repescarla y guardarla posteriormente y luego no
conseguí localizarla. Es extraño, ya que desde entonces nadie ha entrado en
casa y mi hogar es bastante sencillo. Quizá tenga un poltergeist en casa y no me haya dado cuenta.
Leyendo un artículo sobre cómo
superar los deterioros del encierro, en El País, intuyo que la pérdida fantasma
de la sudadera se denomina técnicamente hibernación psicológica, aunque en
realidad es una empanada mental como otra cualquiera. Profundizando en el
artículo llego a la conclusión de que lo llevo bastante bien y que estoy en una
línea de actuación bastante correcta, según el texto.
Soy disciplinado, lo que me
permite salpicar mis rutinas con un poco de desmadre, de caos, de
descarrilamiento de lo programado. Si no hay suficiente trabajo del despacho me
pongo con otros proyectos, con esos para los que nunca tengo tiempo y me cuesta
rematar. Como un exceso de celo se llevaría por delante mi espalda, dosifico esfuerzos,
camino mientras hablo por teléfono, limpio sectores de la casa cuando la mente
entra en barrena en su rendimiento.
Procuro no dejarme llevar.
Podría abandonarme y esperar, que también lo hago, aunque en forma de audición
de esa música que tenía olvidada. He rescatado discos que me encantaban y que
no sabía que estaban en cassettes
olvidadas en un cajón. Hasta he escuchado a los Bee Gees en cinta, todo un
ejercicio de nostalgia. La pletina no se ha atrevido a devorarla, como si ha
hecho con las cassettes grabadas por
mí de Chicago, Firefall o Jean Luc Ponty, con las que la voracidad de la
pletina ha sido total. Menos mal que esos discos los conserva mi hermano Jose y
se ha comprometido a grabármelos en CDs.
La empanada mental no se quita,
los ojos me pican (parte de la culpa es de la alergia), me desconcentro y vuelvo
a buscar la sudadera en los mismos sitios, con idénticos resultados. Me preparo
una paella para resintonizar el cerebro.
Por cierto, si alguien ve mi
sudadera que avise. Se recompensará.
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