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Una saga islandesa en autocaravana 147. Hallgrimskikja.



Tuvimos suerte. Uno de los desvíos marcaba una de las referencias que recordaba: la Hallgrimskirkja. La iglesia estaba sobre una colina desde la que se dominaba toda la ciudad. No hay nada como contemplar una ciudad desde las alturas para hacerse una sana idea de conjunto de la misma. Esa atalaya privilegiada era su campanario, a más de 70 metros. Aparcamos junto al ábside.

La iglesia ocupaba el centro de una amplia plaza. El ajetreo lo provocaba en parte la salida de un colegio cercano. También los turistas que se agolpaban ante la estatua de Leif Eriksson, quien llegara hasta Norteamérica en el siglo X. La estatua era un regalo de Estados Unidos en conmemoración del milenio.
Hay varias opiniones sobre la inspiración del arquitecto Gudjon Samuelsson para la construcción de la torre. Quizá simulaba una columna de lava con las columnas de riolita o basalto que habíamos contemplado en varios lugares y que algunos equiparaban a piezas de lego. Esta obra expresionista fue finalizada en 1986 tras varias décadas de obras. En su momento, creó controversias. En la actualidad, era un hito imprescindible.

El interior de hormigón blanco era sobrio y desnudo. Destacaba un órgano con más de cinco mil tubos y algún pequeño detalle, algo chocante para nosotros, acostumbrados a interiores muchas veces recargados. Nos sentamos a observar ese interior y a descansar.
Pocas personas rezaban. Un grupo de orientales, quizá de chinos, que estaban fuera junto a la estatua, penetraron y se sentaron en los bancos. Uno de ellos se arrodilló y empezó a orar. Los demás se levantaron y lo acribillaron a fotos entre chanzas y bromas. Él no se alteró y siguió concentrado. Me pareció una falta de respeto absoluto y estuve por levantarme y reprocharles su actitud en un lugar sagrado de otra religión. Sin embargo, todos los observamos con más curiosidad que indignación. Tampoco el orante dijo nada al respecto.

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