La Coruña desde el mirador de San Pedro.
Una oficina del paro. Los ciudadanos
hacen cola con cara de circunstancias. Los funcionarios les atienden con la
inercia de la rutina. De pronto, de entre los asientos de la sala de espera, se
levanta una persona con un oboe e inicie una melodía. El sonido del instrumento
es absorbido por el rumor general. Se levanta otro músico con un clarinete, se
acopla al ritmo. Los de alrededor abandonan su sopor con cierta curiosidad. Se
alzan más músicos y una joven empieza a cantar Here comes the sun, de los Beatles. Todo el mundo se gira hacia
ellos, primero sorprendidos, luego encantados. Algunos apoyan la canción con
sus coros, a todos se les ilumina el rostro. Ha salido el sol en un día tan
oscuro como es el de tramitar el desempleo.
Al charlar por teléfono con mi amiga
Carmen (hay que potenciar el contacto más personal posible) comenta que ha
dejado de ver el telediario y seguir determinadas informaciones porque tienen
un efecto negativo sobre su ánimo. Ha dejado de seguir algunos grupos de
whatsapp en que se han encrespados las críticas políticas y filtra a quienes
sólo transmiten negatividad. El desgaste puede ser insoportable. Acierta en su
planteamiento.
El móvil se llena de mensajes de
todo tipo, de videos divertidos, comentarios de esas hazañas ciudadanas de
héroes anónimos, gestos que elevan la moral, avisos para que no nos perdamos
ese ocio gratuito que nos saque del aburrimiento. Pero también abundan las
noticias falsas, las informaciones apocalípticas, elementos que inciden en la
desesperación.
Igual que nos hacen un
llamamiento para que hagamos ejercicio casero para mantener la salud de nuestro
cuerpo, debemos de proteger nuestras mentes y nuestros espíritus en esta
carrera de fondo en que no sabemos dónde se ubica la meta. Hay que pensar en
positivo, aprovechar el tiempo para esas cosas para las que no veíamos
oportunidad. No es fácil, lo reconozco, pero hay que poner todas nuestras
energías en lo positivo. Demasiados elementos bombardean nuestra vulnerable
moral.
O nos animamos o el estrés, el
miedo, la mala sangre y las malas noticias harán más daño que el propio virus.
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