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Yo me quedo en casa 28. Unidad y lealtad bilateral.

Palacio de Santoña. Madrid

El 31 de marzo los autónomos se despertaron con el cargo de las cuotas de seguridad social en sus cuentas bancarias. Habían clamado por la condonación de ese pago hasta que la situación se normalizara y pudieran volver a la actividad que les permitiera generar facturación con la que compensar ese gasto.
El Presidente del Gobierno, en sus diversas comparecencias, ha reclamado unidad y lealtad, con lo que estoy absolutamente de acuerdo. La unidad de acción es esencial para evitar preocupantes acciones que puedan beneficiar a unos a costa del perjuicio de otros.
Los ciudadanos han cumplido mayoritariamente con las normas y los dictados emanados del Gobierno y de las Cortes. Se han confinado, han procurado teletrabajar y adaptarse a esta nueva e incómoda realidad, han sufrido la enfermedad desde sus hogares, han mantenido el temple con dignidad. Han sido leales al país.
La unidad y la lealtad deben ser bilaterales. El ciudadano responde con unidad y lealtad porque piensa que el poder responderá de la misma forma, le ayudará, tomará decisiones y medidas para favorecerle, para que pueda seguir adelante, para que salga de la crisis. A fin de cuentas, el poder se alimenta de los ciudadanos, de sus votos, de su trabajo que genera impuestos y que sustenta al Estado.
Los ciudadanos no son siervos. No son seres inferiores. Esa unidad y lealtad se sustenta en la igualdad. Los tiempos de los estamentos pasaron a la historia gracias al esfuerzo y la sangre de nuestros antepasados. Que la crisis no sea una excusa para regresar a la gleba, para segmentar entre los que gozan de privilegios y los que sólo tienen obligaciones. Así se inician las revoluciones o así nacieron esos movimientos populares como el 15-M que luego se han prostituido hasta convertirse en la casta que habían denunciado.
Cuando esos tres millones doscientos mil autónomos se asomaron al BOE el uno de abril y leyeron las medidas del Real Decreto-Ley 11/2020, de 31 de marzo, que se habían anunciado a bombo y platillo, se encontraron con un erial y escasos brotes verdes. Les permitían aplazamientos o fraccionamientos, endeudarse con el aval del Estado, flexibilizar sus contratos de suministro. Las medidas sociales y económicas eran insuficientes. El ánimo de los autónomos, y de las pymes en general, quedaba tocado. Días después se conocían los datos del paro en marzo, con un aumento de 830.000 nuevos inscritos. La Ministra de Trabajo trataba de convencernos con argumentos pueriles de que los afectados por ERTEs no eran parados. Que se lo pregunte a los afectados.
Más indignación causaban otras noticias que se filtraban simultáneamente. Los parlamentarios estatales y autonómicos (de éstos sólo algunos) se subían el suelo, ninguno renunciaba a una parte de sus emolumentos (después anunciaron iniciativas particulares o de partido), no renunciaban a sus dietas, aunque no se generen esos gastos, y un largo etcétera de la punta del iceberg de la insolidaridad. Menos mal que algunos ciudadanos ilustres (Amancio Ortega a la cabeza) se han movilizado y han puesto sus medios al servicio de los que los necesitan. A pesar de ello, habrá gente que les siga criticando.
Para colmo, se concedían quince millones de euros a las televisiones privadas. Evidentemente, para que mantuvieran una línea de información no hostil con el Gobierno.
Los sufridos ciudadanos no están hechos de una pasta diferente a la de la casta. Salvo que en su composición sí entraron como ingredientes la unidad y la lealtad.

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