El día comienza con los gritos
indignados del portero. A pesar de que ayer, como todos los días, salvo el
sábado, vino por la noche a recoger la basura y sacar los cubos, ha habido vecinos
que han dejado las bolsas en el descansillo del bajo (a escasos 5 metros de los
cubos), una acumulación tan reprobable como peligrosa.
Con las nuevas normas aprobadas
por el Gobierno (que se publicaron casi a medianoche del domingo 29 de marzo),
la actividad de recogida de basura se considera esencial, no así la de conserje
de la finca. Las pautas que le ha dado el administrador son sencillas: limpiar
y marcharse. No puede quedarse varado en su puesto.
Ha habido un cambio: la gente
tiene miedo. Ángel, el conserje, no sabe si tiene el virus o si lo puede
contraer al realizar sus funciones, o ser un agente transmisor. Me dice que dos
personas del edificio han sido hospitalizadas, algo que desconocía. El hombre
se ha ofrecido en estas tres primeras semanas a hacer la compra a la gente más
vulnerable, a echar una mano en lo que sea necesario. Por eso le animo a que
siga expresando su indignación para que esa pandilla de vecinos insolidarios e impresentables
sepan que lo son.
Entre los múltiples boletines
que me llegan, en la revista Otrosí,
del Colegio de Abogados de Madrid, aparece un artículo de Daniel Loscertales
titulado El coronavirus en las
comunidades de propietarios: responsabilidad y solidaridad. Cuando escucho
a una vecina que desde su balcón increpa a otra por salir a pasear (son las mismas
protagonistas todos los días) identifico esa irresponsabilidad y esa falta de
solidaridad. No son conscientes de que pueden matar a alguien o que pueden
estar sembrando la muerte en su cuerpo.
En paralelo, leí un artículo de Expansión del 23 de marzo, de Alejandro
Galisteo: “Tu móvil te espía para avisar a la policía si te saltas la
cuarentena”. Los datos que ahora utilizar las empresas de telecomunicaciones
para su análisis de big data pueden
ser también utilizados para comprobar el movimiento de las personas, algo ya
utilizado con éxito en países asiáticos para monitorizar la actividad de los
contagiados. Al fin y al cabo, nuestro móvil dispone de un GPS que facilita esa
comprobación, algo que conocemos por las series policiacas. Algunas
aplicaciones de seguimiento de la actividad de salud, como las de contar los
pasos, podrían ejercer ese control. Eso recuerda mucho al Gran Hermano de 1984, de George Orwell.
Si no se impone la sensatez, y
la gente opta por hacer lo que le salga del alma, habrá que imponerla haciendo
valer las prohibiciones.
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