La guía y el libro de John
Carlin apuntaban a una ciudad dinámica, con buena vida nocturna, bares,
restaurantes e interesantes museos. Sin embargo, todos los que nos habían dado
su opinión pensaban que no era gran cosa, que no merecía la pena sacrificar
otros lugares por hacer más hueco a la capital. Con una mañana o una tarde era
suficiente. La Lonely aconsejaba dos
días, marcha nocturna incluida.
Recuerdo que al inspector de
policía de Reikiavik, Erlendur Sveinson, creado por Arnaldur Indridasson,
tampoco le entusiasmaba la ciudad, como deja constancia en la novela La mujer de verde:
Él era
forastero y se seguía considerando forastero aunque hubiese vivido allí la
mayor parte de su vida y la hubiera visto extenderse por la bahía y por las
colinas al ir aumentando la población del país. La ciudad contemporánea,
rebosante de gente que ya no quería vivir en el campo o en las aldeas de la
costa, o que ya no podía seguir viviendo allí y emigraba a la ciudad para
empezar una nueva vida pero perdía sus raíces y se quedaba sin pasado y con un
futuro incierto. Nunca le había gustado aquella ciudad.
Se había
sentido extranjero.
El fenómeno que describía de
emigración rural era similar al sufrido en otros países. La consecuencia del
desarraigo pudiera ser aún mayor en Islandia dado el carácter eminentemente
rural que el país tuvo hace escasas décadas.
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