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Yo me quedo en casa 23. Guerra de cifras.



El vacío aguarda ciertamente
 a todos aquellos que urden patrañas:
amenaza, desarme y vapuleo
a manos de los ángeles batalladores de la Iglesia,
de la hueste de Miguel,
que la defienden por siempre
en la hora del combate con lanzas y escudos.
De Ulises, de James Joyce.

Nos despertamos con cifras, con datos, con el espanto de lo que significan, nos bombardean con noticias contradictorias, nos acostamos pensando si llega el apocalipsis o si es cierto que hemos alcanzado el tan esperado como escurridizo punto de inflexión.
Se ha dado por hecho que los datos que China ha facilitado al mundo occidental están manipulados. La transparencia no es uno de los principios por los que se rige el país más poblado del mundo. No existe la libertad de expresión y la censura es omnipresente. Hace unos días, los periódicos se hacían eco de la eliminación de los libros de Vargas Llosa como represalia a un artículo en que criticaba a China. Nadie puede verificar los datos. La realidad la impone el poder.
Vivimos en libertad y el pueblo tiene derecho a conocer la verdad, por dura que sea. Los medios de comunicación tienen la obligación de buscar, en la verdad oficial o al margen de ella. La democracia implica esa libertad de expresión que tanto se ha alegado (sirve para todo) y que permite formar la opinión. Sin espíritu crítico la democracia es un escenario vacío.
En estos días asistimos a una guerra de cifras. Las cifras de contagiados, muertos y restablecidos de la enfermedad varían al margen de los números que ofrece el gobierno. Puede que una parte se deba a la utilización de métodos diversos, del colapso que sufre el Registro Civil para la inscripción de los fallecidos, de que no hay pruebas suficientes para todos los que las necesitan, y de las que se disponen se utilizan con los vivos y no con los muertos, lo cual puede tener su lógica. Se dice que no aparecen en las estadísticas los que no mueren en hospitales, que no se incluye a los confinados en casa que no pueden ser ingresados y permanecen sin verificar. Incluso, se ha dicho que se ocultan los muertos y se sacan por remesas, como en un dramático dispensador de la tragedia. Si por razones técnicas no se pueden contabilizar, parece lícito y lógico. Lo que no es lícito es esconder la realidad, manipularla para dar a los ciudadanos una imagen que transmite una eficacia administrativa que no existe.
Las informaciones que se barajan en algunos artículos son espeluznantes y se acercan a aquellas declaraciones de la canciller alemana, Angela Merkel, que afirmaba que el 60% de la población alemana se contagiaría. Para otros sería la totalidad, aunque con un escalonado de gravedad y un 80% de población asintomática. Se habla de que en España pudiera haber medio millón de personas infectadas. Por eso hay que quedarse en casa.
El diario El País ofrecía un artículo el 27 de marzo afirmando que la falta de pruebas había dejado “fuera de los recuentos a más de la mitad de los fallecidos en Madrid, Castilla-La mancha y Castilla-León durante varios días”. La información procedía de un informe elaborado por el Instituto de Salud Carlos III que realizaba una comparativa de los fallecidos declarados al registro civil en comparación con medias registradas. El dato era concluyente. Otra noticia denunciaba que el Sindicato Médico de Valencia había demandado a la Consejería de Salud por ordenar ocultar datos. Eso era más grave.
Las hemerotecas pueden ser muy traicioneras. Un vídeo recogía diversas intervenciones de Pedro Sánchez en 2014, con motivo de la crisis del évola, acusando a Mariano Rajoy y a la ministra de Sanidad de aquel momento, Ana Mato. La lealtad y unidad que ahora demanda estaban allí ausentes. Se apreciaba un uso político de esa crisis. Reclamaba una información veraz, contrastada y transparente. Es lo mismo que ahora demanda la ciudadanía.
Se pueden matizar los contenidos para evitar el pánico. Pero no se puede ocultar información con fines políticos. Confiemos en que se imponga la verdad y la cordura.
Como rezaba el lema de la entrada a mi colegio, la verdad os hará libres.

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