El vacío aguarda
ciertamente
a todos aquellos que urden patrañas:
amenaza, desarme y
vapuleo
a manos de los ángeles
batalladores de la Iglesia,
de la hueste de Miguel,
que la defienden por
siempre
en la hora del combate
con lanzas y escudos.
De Ulises, de James Joyce.
Nos despertamos con cifras, con
datos, con el espanto de lo que significan, nos bombardean con noticias
contradictorias, nos acostamos pensando si llega el apocalipsis o si es cierto
que hemos alcanzado el tan esperado como escurridizo punto de inflexión.
Se ha dado por hecho que los
datos que China ha facilitado al mundo occidental están manipulados. La
transparencia no es uno de los principios por los que se rige el país más
poblado del mundo. No existe la libertad de expresión y la censura es
omnipresente. Hace unos días, los periódicos se hacían eco de la eliminación de
los libros de Vargas Llosa como represalia a un artículo en que criticaba a
China. Nadie puede verificar los datos. La realidad la impone el poder.
Vivimos en libertad y el pueblo
tiene derecho a conocer la verdad, por dura que sea. Los medios de comunicación
tienen la obligación de buscar, en la verdad oficial o al margen de ella. La
democracia implica esa libertad de expresión que tanto se ha alegado (sirve
para todo) y que permite formar la opinión. Sin espíritu crítico la democracia
es un escenario vacío.
En estos días asistimos a una
guerra de cifras. Las cifras de contagiados, muertos y restablecidos de la
enfermedad varían al margen de los números que ofrece el gobierno. Puede que
una parte se deba a la utilización de métodos diversos, del colapso que sufre el
Registro Civil para la inscripción de los fallecidos, de que no hay pruebas
suficientes para todos los que las necesitan, y de las que se disponen se
utilizan con los vivos y no con los muertos, lo cual puede tener su lógica. Se
dice que no aparecen en las estadísticas los que no mueren en hospitales, que no
se incluye a los confinados en casa que no pueden ser ingresados y permanecen
sin verificar. Incluso, se ha dicho que se ocultan los muertos y se sacan por
remesas, como en un dramático dispensador de la tragedia. Si por razones
técnicas no se pueden contabilizar, parece lícito y lógico. Lo que no es lícito
es esconder la realidad, manipularla para dar a los ciudadanos una imagen que
transmite una eficacia administrativa que no existe.
Las informaciones que se barajan
en algunos artículos son espeluznantes y se acercan a aquellas declaraciones de
la canciller alemana, Angela Merkel, que afirmaba que el 60% de la población
alemana se contagiaría. Para otros sería la totalidad, aunque con un escalonado
de gravedad y un 80% de población asintomática. Se habla de que en España
pudiera haber medio millón de personas infectadas. Por eso hay que quedarse en
casa.
El diario El País ofrecía un
artículo el 27 de marzo afirmando que la falta de pruebas había dejado “fuera
de los recuentos a más de la mitad de los fallecidos en Madrid, Castilla-La
mancha y Castilla-León durante varios días”. La información procedía de un
informe elaborado por el Instituto de Salud Carlos III que realizaba una
comparativa de los fallecidos declarados al registro civil en comparación con
medias registradas. El dato era concluyente. Otra noticia denunciaba que el Sindicato
Médico de Valencia había demandado a la Consejería de Salud por ordenar ocultar
datos. Eso era más grave.
Las hemerotecas pueden ser muy
traicioneras. Un vídeo recogía diversas intervenciones de Pedro Sánchez en
2014, con motivo de la crisis del évola, acusando a Mariano Rajoy y a la
ministra de Sanidad de aquel momento, Ana Mato. La lealtad y unidad que ahora
demanda estaban allí ausentes. Se apreciaba un uso político de esa crisis.
Reclamaba una información veraz, contrastada y transparente. Es lo mismo que
ahora demanda la ciudadanía.
Se pueden matizar los contenidos
para evitar el pánico. Pero no se puede ocultar información con fines
políticos. Confiemos en que se imponga la verdad y la cordura.
Como rezaba el lema de la
entrada a mi colegio, la verdad os hará libres.
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