Leo en un mensaje que están
buscando personal sanitario con urgencia, ya sean jubilados o que estén
acabando la carrera. También psicólogos e incluso veterinarios. La escabechina
en el sector sanitario es tremenda (se calcula que es de un 12% de los
contagiados oficiales), por la falta de medios para su protección.
Auténticamente se les manda al matadero del contagio.
Jocosamente un amigo y yo
comentamos que lo mismo nos movilizan por nuestro pasado en sanidad. Él hizo la
mili en la farmacia militar y yo en el hospital del Aire, hoy desaparecido. Yo
me licencié como camillero. No hice carrera en el ejército. Aproveché un
cursillo de primeros auxilios y me enseñaron a dar puntos, aunque mejor que no
tenga que poner en práctica esta “habilidad”.
Durante aquel periodo viví y
sufrir una crisis sanitaria: la del aceite de colza desnaturalizado. Al
principio, se creyó que era una epidemia bastante contagiosa al concentrarse
los afectados en bolsas concretas. En el hospital del Aire había una planta de
infecciosos y allí fueron bastantes enfermos, como la hija y la mujer de uno de
mis profesores de gimnasia del colegio. No sé qué fue de ellos.
Cuando veo a médicos y
sanitarios quejarse de las malas condiciones del equipo de protección, o de su
ausencia, recuerdo aquellos tiempos, el silencio en los pasillos, los rostros
tensos y concentrados, la sensación de que en cualquier momento nos podíamos
contagiar todos. Decíamos que en el hospital se coqueteaba con la muerte y que
ésta era celosa y de muy mala leche.
Al principio de la crisis,
cuando aún no se había declarado la misma como pandemia y parecía que era un
problema concentrado en China, Italia, Corea del Sur y algún otro país, el
temor era que se saturara el sistema, como ha ocurrido ya. No hay suficientes
camas de hospital o de UCI y en las urgencias atienden constantemente muchos
más enfermos de los posibles en un pico de alerta. El agotamiento hace mella y
quizá también sea un factor adicional para potenciar el contagio y las bajas.
En esta situación ha habido que
solicitar la intervención de la Unidad Militar de Emergencias (UME) entrenada
expresamente para situaciones similares a la que estamos sufriendo. Para que
luego se discuta sobre la necesidad de mantener un ejército en tiempos de paz.
Ha logrado levantar un hospital en Ifema en 48 horas, más rápido que los
chinos, que nos habían dejado con la boca abierta. Hubo operarios que
voluntariamente se desplazaron para trabajar codo con codo con los militares. Los
españoles cuando vienen mal dadas sacan ese espíritu heroico que nos dio gloria
pasada.
Se ha aprovechado esta
circunstancia para volver sobre la polémica de los recortes en la sanidad
pública y la “eliminación de la privada”. Quizá sin recortes esta situación
hubiera sido inasumible. Los recortes sanearon la economía y permitieron al
país salir de la cueva. Es cierto que esta experiencia debe darnos como lección
que necesitamos invertir más en sanidad y en investigación. Y, por supuesto,
que esos recursos escasos se gestionen sin despilfarros, con eficacia.
Esa pugna de sanidad pública
versus privada, que en muchos casos es un reflejo de posiciones políticas de
izquierda y derecha, es en parte una pose. La gente critica las listas de
espera de la Seguridad Social pero luego dice que es partidario de la sanidad
pública a ultranza. O tiene contratado un seguro privado, por si acaso, o le
atienden en la privada, como a Carmen Calvo en la clínica Rúber. Más de un caso
ha salido a la luz de personajes que acudieron a las manifestaciones en pro de
la pública pero que luego acuden a la privada. Una incoherencia supina. Lo
cierto es que la privada complementa a la pública y sin el respiradero de la
privada la pública estaría más colapsada aún.
Me gusta el sistema de la
sanidad islandesa: es tan buena que a nadie se le ocurre contratar una póliza
privada. La pública ha ganado la batalla mediante la calidad.
Son las ocho: saldré a aplaudir
a esa gente que se juega la vida por nosotros.
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