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Una saga islandesa en autocaravana 157. Final.



Devolvimos la camper sin incidentes, logramos movernos hábilmente para hacernos un hueco en el transporte gratuito del alquiler de vehículos hacia el aeropuerto, facturamos y en la sala VIP nos tomamos un estratosférico desayuno, nos acicalamos un poco e hicimos tiempo hasta el embarque.
Antes de dejarnos vencer por el sueño nos entretuvimos leyendo alguno de los libros que llevábamos en las mochilas y encontré un texto de Turfi H. Tulinius muy significativo:
Una isla olvidada en medio del Atlántico, algunas veces borrada en los mapas simplificados, raramente mencionada en los medios -salvo por alguna catástrofe natural o una conferencia que se cuela por el silencio que la rodea- Islandia podría desaparecer de la faz de la tierra sin dejar ningún rastro notable. Podría incluso decirse que si no hubiera existido, el curso de la historia humana no habría quedado afectado seriamente. Sin embargo, esta isla es un mundo en sí misma, autosuficiente en muchos aspectos.
Y encontramos otro texto de John Carlin (de Crónicas islandesas) que venía a resumir nuestras impresiones como si se las hubiéramos dictado. Quizá porque sus sensaciones eran similares a nuestros sentimientos, sus vivencias habían sido parecidas a las nuestras:
Pienso en Islandia y me brillan los ojos. Como sociedad representa la cima de la evolución humana. Como individuos, los islandeses son gente dura y encantadora, culta y campechana, muchas veces brillante pero siempre con los pies en la tierra. Su tierra, un lugar hostil y bello a la vez, frío, rocoso y rodeado de mar, bañado en una luz especial, única, mágica. Y encima se come de maravilla.
Y nos conjuramos para regresar a este singular país.

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