Me asomo a la calle desde el
amplio ventanal de mi despacho. Los coches permanecen estáticos, como si
temieran perder el lugar que ocupan. Yo lo dejé justo enfrente de casa, bajo un
árbol, y los pájaros han aprovechado para decorarlo con sus excrementos. Los
dos chaparrones que cayeron ayer lo han limpiado parcialmente.
En el fin de semana aún
atravesaba la calle una persona con perro, una pareja de ancianos, algún
despistado. Los niños del edificio bajaban a la acera, perfectamente
organizados por turnos, a jugar un rato con sus padres, a dar unas patadas al
balón, a entretenerse como mejor pudieran. Ahora el silencio es solemne. Lo bueno
que sería vivir con ese silencio en tiempos de normalidad. Ahora se escuchan
algunos golpes de la enésima obra. Con mucha menos virulencia que días atrás.
Hasta en las reformas se ha impuesto el silencio o la disminución del ruido.
Esta vez el confinamiento se ha
tomado en serio. Ha habido gente que ha intentado saltárselo, como he visto en
algún vídeo o en informaciones de los medios. La policía y el ejército
patrullan por las calles. “Las jerarquías son necesarias para obligar a ese
colectivo que no funciona por las buenas”, leía en uno de los periódicos. En mi
zona se aprecia menos esa intervención al ser el fondo de dos callejones. No
creo que se repitan situaciones como la del viernes en que los padres acudían a
la galería comercial a abastecerse con los niños dando la paliza con los patinetes.
Uno atropelló a una señora que hacía cola junto a mí. Para no caerse se agarró
de mi cazadora. La miré con gesto hosco pero todos clavamos la mirada asesina
en sus imprudentes padres. Quizá no supieran cómo mantener entretenidos a los
chavales.
Una de las medidas que mayor
revuelo ha producido ha sido la autorización a las peluquerías para que puedan
abrir. Ha habido quien jocosamente ha preguntado si se lo cambiaban por otra
medida, por otro lugar al que poder acudir. Realmente, era para que las
personas mayores o que no pudieran valerse por sí mismas pudieran recibir esos
servicios. La cuestión es cómo les van a lavar o cortar el pelo si tienen que
mantener la distancia de un metro.
En su alocución televisiva del sábado, el Presidente
del Gobierno dejaba abierta la posibilidad de salir para pasear al perro. ¿Y
para pasear a los niños? También ha habido memes sobre ello: perros reventados
porque les ha sacado a pasear toda la comunidad de vecinos, un niño disfrutado
de perro dálmata, un dueño que alquila su mascota por 10 euros. Mi amiga Elena,
que tiene tres, se ha ofrecido generosamente a prestarnos uno.
Mi sobrino Carlos comentaba que
el domingo aún había niños y padres en la zona de la piscina, en el patio
interior de su edificio. El lunes amaneció la puerta precintada.
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