Silla de manos del Museo Cerralbo, Madrid
El fin de semana en que se
declaró el estado de alarma, el fin de semana cero, nos quejábamos de que el
tiempo no acompañaba. El sol era más propio de una primavera avanzada que de un
invierno en el final de su recorrido. Eso invitaba a romper la prohibición de
salir a la calle para descontaminar el aburrimiento y tumbarlo. Hoy el día es
lluvioso, oscuro, gris, sin matices en su coloración. Pero cantan los pájaros.
Los días de lluvia aplastan el ánimo.
Me he despertado con los gemelos
y el sóleo cargados, el hombro izquierdo quejumbroso, como si quisieran ser el
barómetro de mi cuerpo. Les he dado una sesión de estiramiento y aunque el
alivio evitará una contractura, el hormigueo no ayuda a trabajar con
normalidad. La pletina se ha cargado un par de mis cassettes favoritas, aunque
mi hermano se ha comprometido a grabarme en cds esa música que ahora cae
rendida.
La histeria de los empresarios me
la expresa Carlos, mi sobrino. Sus clientes, que han tenido que cesar en su
actividad en su mayor parte, no cesan de darle la tabarra. Los asesores de
empresas están librando una batalla desde sus trincheras que han quedado entre
el fuego de la insensibilidad de la Administración, por una parte, que no
pospone los plazos fiscales y de seguridad social, y que tampoco ofrece ayudas
eficaces, y, de otro, el fuego amigo de los clientes, que se entretienen
machacando a las que se supone son sus aliados.
Todos buscan soluciones
inmediatas, a pesar de la paralización, incluso de los plazos, sin querer
comprender que los teléfonos de la administración nadie los atiende, que las
obligaciones que se imponen implicarían desplazamientos prohibidos o que los
medios de todas las partes no son los más óptimos. No se han dado cuenta de que
las oficinas de la administración no están abiertas y que los asesores no
tienen patente de corso para moverse con libertad. El teletrabajo, aunque ha paliado
en parte los problemas, tampoco es la panacea de la solución total.
Uno de sus empresarios, que se
puede replicar en otros muchos, llama un día para poner en funcionamiento un
ERTE, dos días después quiere instar un concurso (el preconcurso es demasiado
suave), después ha leído (o ha entendido) que lo mejor es un ERE, aunque cueste
más dinero, o la liquidación de la empresa, total, para lo que sirve, que cómo
va el tema de la suspensión del pago de la cuota de autónomos, que le han dicho
que es inminente. Por supuesto, tiene un amigo, que tiene un primo, que ha
hablado con un pariente que es político, que dice que la solución es…
En ese despropósito están sumergidos
(con una promesa de que el asesor se baje sus honorarios, a pesar de que se le
están dando servicios que no tiene contratados), luchando contra las fuerzas
del mal, sin varita mágica, sin escoba voladora, sin bola de cristal que todo
lo adivina, ni tele transportación para ir más deprisa de aquí para allá (por
cierto, prohibida en alguno de los decretos, sin duda).
Se me olvidaba que los asesores tienen
familia, con lo que si escucha incómodas voces de niños de fondo es que sus
hijos no han podido bajar al parque. Cosas que ocurren.
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