Hace tres años, por estas
fechas, me disponía a iniciar mis vacaciones de Semana Santa. Empezaba a ver la
luz tras una intervención de la que me recuperaba de forma esperanzadora
gracias a las directrices de mi entrenador personal. No estaba convencido de
poder conducir hasta la costa solo y le pregunté si estaba en condiciones y qué
pautas debía seguir. La única consigna fue “no te lesiones”.
Lesionarme hubiera supuesto un
importante paso atrás en mi recuperación, perder el trabajo ya realizado,
retroceder a la casilla de salida, como cuando caes en la casilla del pozo en
el Juego de la Oca. Su instrucción era sencilla y me dejaba mucho margen de
interpretación y aplicación. Era el equivalente al “quédate en casa” actual.
Porque contagiarse o contagiar a alguien supondrá un retroceso en la lucha
contra la pandemia, una extensión del estado de alarma y del confinamiento y un
retraso en la vuelta a la normalidad.
Dicen los árabes que de cada
derrota hay que sacar diez victorias. De cada situación de crisis hay que sacar
alguna enseñanza. Una crisis puede implicar un punto de inflexión, una
transformación acelerada que en otras circunstancias no nos plantearíamos. La
crisis rompe la comodidad, nuestro estatus, nuestro entorno, pero abre la
puerta a otra realidad que quizás sea mejor. Hay que abrirse a esas enseñanzas,
a nuevas oportunidades.
En aquella ocasión inicié mi
tratamiento para recuperar la movilidad de la parte superior izquierda de mi
espalda. También aproveché para perder 11 kilos, regularizar mi alimentación,
retomar mis hábitos anteriores de actividad y deporte, me cambiaron la forma de
caminar (que antes era tan horrible que perjudicaba a mis caderas), liberaron
mis lumbares y otros muchos beneficios. Hasta volví a esquiar. La derrota de la
operación se transformó en diez beneficios para mi cuerpo y mi mente.
El confinamiento también nos
ofrece oportunidades.
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