En la película Yo, robot, basada en la obra de Isaac
Asimov del mismo título, el protagonista (Will Smith) describe la experiencia
que le condujo a odiar a las máquinas. Un camión embiste a dos coches que
arroja a las aguas de un lago. En uno viaja una niña en la pre adolescencia. En
el otro, el protagonista. Un robot que pasa por el lugar se arroja a salvarlos.
Sólo puede salvar a uno y sus procesadores le indican que la niña tiene un 11%
de posibilidades mientras que él está por encima del 40%. Un humano hubiera
optado por la más débil, aún con un porcentaje de supervivencia aceptable. Sin
embargo, el robot se decide por la opción más viable: la niña muere. Él se
salva pero arrastrará de por vida esa culpa y el odio a los robots.
Esa secuencia puede repetirse en
este escenario de pandemia en que nos encontramos inmersos con la sanidad a
punto de colapsar, las urgencias sobrepasadas e insuficientes medios, como
respiradores, mascarillas, guantes y otros equipos sanitarios. Un escenario que
nuestros dirigentes nos vendieron como lejano e inimaginable hace escasos días
y que se cierne sobre nosotros. ¿Cómo hemos podido llegar a este escenario
terrible?
El periódico ABC publicaba una
noticia estremecedora: “Los médicos de UCI aconsejan no intubar a mayores de 80
años ni a enfermos con demencia. Los intensivistas proponen aplicar una “medicina
de catástrofe” durante la pandemia”. La avalancha de enfermos críticos es la
causante de este cuadro dantesco que implica dejar morir a los que menos
posibilidades tienen de sobrevivir. Los más jóvenes, los que ofrezcan un mejor
estado de salud, gozarán de posibilidades. La ciencia-ficción vuelve a hacerse
realidad.
Mi primera impresión es que
hemos fallado como sociedad, como organización que debería de cuidar de todos
sus elementos, que no abandonará a su suerte a ninguno de sus peones. Sin embargo,
sólo los más fuertes se salvarán, tendrán el privilegio de vivir, es el mensaje
que arroja esta situación. Al menos no sufrirán ya que se garantizan los
cuidados paliativos.
Ésa toma de decisiones va a
causar un sobrecogedor problema de conciencia al personal sanitario que tendrá
que elegir entre las expectativas de vida. Si es inferior a uno o dos años
estarán sentenciados.
Para aliviar ese peso sobre las
conciencias han elaborado unas recomendaciones éticas. Como recomendaciones,
dejan un margen de interpretación y de decisión. No me gustaría encontrarme en
esa situación. Quizá echara de menos al robot que opta al margen de cualquier
sentimiento y en base a un algoritmo matemático. Así no habría injerencias en
el proceso.
Que la vida dependa de un
protocolo es terrible. También, inhumano.
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