“La Unión Europea acusa al
Kremlin de avivar el pánico en Europa con noticias falsas”, reza un titular del
19 de marzo de El País. El contagio también procede de la información.
La guerra entre bloques y
potencias no se toma un respiro por la extensión del virus en forma de
pandemia. Al contrario, puede ser una excelente ocasión para socavar la moral
del enemigo a través de esa herramienta tan antigua como la propaganda que en
nuestros tiempos se llama noticias falsas o fake
news.
La crisis de salud pública ha
exaltado especialmente la sensibilidad del público que la sufre y algunas
informaciones han disparado el pánico, también la indignación. Quizá por ello
los medios resaltan las infinitas muestras de generosidad, los pequeños gestos
de proyección exponencial. La crisis dejará algunos vencedores, presumiblemente
a los más poderosos, y muchos perdedores. Los países democráticos gozan de
filtros contra las estrategias ilegítimas. En los totalitarios, la censura
elimina cualquier posibilidad de crítica. Todo vale si el resultado es el
deseado. Aun a costa de los demás, de otros pueblos, de otras naciones.
A la gente le va el morbo, las
noticias catastrofistas, al estilo de los reality
shows, que impactan en quienes las asumen sin espíritu crítico. “La
Organización Mundial de la Salud (OMS) –continúa el artículo de El País- habla
de una “infodemia”, en relación con la propagación de infundios sobre el
virus”. Es el caldo de cultivo perfecto para el virus informativo.
“Han cambiado de táctica en
relación con campañas anteriores –resalta el mismo artículo- … esos medios no
son el origen inicial de las fake news,
sino que “amplifican teorías procedentes de otras partes, como China, Irán, o
la extrema derecha de Estados Unidos”. Así evitan ser acusados de creadores de
la desinformación. Que la verdad no te prive de una buena noticia, que hubiera
dicho Hearst.
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