“The Cave. Iceland’s mightiest
cave”, rezaba la publicidad del folleto del tubo de lava más largo de Islandia,
Vidgelmir.
Habíamos prolongado nuestro
avance hacia el interior y habíamos llegado hasta Húsafell, un complejo
hotelero desde donde partían varias excursiones al glaciar y a esta cueva. Húsafell
fue una antigua parroquia suprimida en 1812 y reinstaurada en 1973 en la que
hubo varias granjas. No entraba inicialmente en nuestros planes, pero tomamos
la carretera 518 y nos fuimos adentrando en un paisaje dominado por un extenso
y sobrecogedor campo de lava: Hraunhellir. Los musgos o líquenes le concedían
un peculiar color verde claro. Era una imagen poderosa.
Al llegar al edificio nos
informaron que el próximo recorrido salía en cinco minutos. La visita duraba
hora y media. A pesar de que el precio era alto (6.500 ISK) nos decidimos. Nos
advirtieron de que dentro hacía bastante frío, frío húmedo y penetrante que
dejaba las manos y los pies ateridos. Nos entregaron un casco con un lumo y salimos al potente sol del
mediodía. Atravesamos una parte de ese extenso campo de lava que habíamos
observado desde lo alto de las cuestas de la carretera. Se extendía varias
decenas de kilómetros.
Nuestro guía era un hombretón de
unos 30 años de poblada barba que hablaba un perfecto inglés con acento british. Seguramente había estudiado en
Gran Bretaña. Sabía un montón y lo dosificó bastante bien, con lo que su
discurso fue muy ameno. Le temblaban las manos, que se mesaba sin cesar,
probablemente porque no le gustaba hablar en público y le ponía algo nervioso.
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