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Una saga islandesa en autocaravana 128. En busca de la ducha perdida.


Jose se puso a rebuscar en Google Maps y la búsqueda dio como resultado un camping con aparentes buenos servicios a unos 20 minutos de carretera. No hubo dudas. Bordeamos la parte interior del fiordo por el sur, y por la carretera 50 nos encaminamos hacia el interior. El paisaje era muy hermoso, con tierras bajas surcadas de meandros sugerentes y una luz del atardecer que nos hubiera subyugado de no ser por el cansancio. Estábamos embotados y nos dio pena no disfrutarlo.
Nos desviamos hacia Baer y encontramos un caserón grande, lo que nos hizo pensar en buenos servicios. Sin embargo, no había ninguna caravana o vehículo ni tampoco asomaba ningún terreno donde acampar. Nos bajamos, escuchamos bullicio, como en una celebración, nos asomamos al interior y salió al paso un chaval de unos 16 años con evidentes signos de ir pedo. En la mano portaba una lata de medio litro de Viking. Le pregunté en inglés y lejos de informarme empezó a reírse y a vacilarme. No estaba para bromas y mi cara de extrema mala leche la vieron Jose y otro chaval de igual edad y parecido grado etílico, que salió al quite. El primero se libró de una bofetada. Tomamos el portante, nos subimos al coche y Jose se puso manos a la obra. A pocos kilómetros había otro camping.

Hverinn era un pequeño grupo de casas con invernaderos alimentados por las cercanas aguas termales. En la carretera había un restaurante que la Lonely destacaba y que regentaba un camping a su espalda. No había caseta para cocinar o hacer vida social, pero había agua caliente y baños con calefacción. Estábamos en zona geotérmica con lo que esos servicios eran gratuitos.
La ducha era comunal: cuatro alcachofas en un mismo espacio. Nada lujoso pero el agua caliente salía con generosidad. No había mucha gente, con lo que nos encerramos y nos consagramos a una larga ducha reconfortante. Se nos quitó el cansancio y la mala leche. Por supuesto, aprovechamos para cambiarnos de ropa, que ya era hora.
También llevábamos dos noches sin cenar caliente (salvo la sopa aguada y con grumos de Stykkishólmur) por lo que era una prioridad preparar algo que nos revitalizara: arroz con salsa boloñesa.
El tiempo era frío, con lo que temíamos encontrarnos con la misma situación que en nuestra anterior noche y que el agua no llegara a hervir. Nos planteamos cocinar en las duchas, que nadie parecía iba a utilizar por la noche, pero nos dio corte al estar muy cerca de la salida lateral del restaurante.
-Podríamos pedirles que nos hirvieran ellos el agua.
-O cocinar en los baños. Con la calefacción no tendremos el peligro de que el frío impida la ebullición.
-Pero no es el mejor ambiente.
-Es cierto.
Finalmente, optamos por cocinar en la repisa de las pilas de fregado y utilizar el agua caliente que salía de los grifos, casi hirviendo. Así el esfuerzo del camping-gas sería menor. Con mi cuerpo tapaba el frente de donde venía el viento y Jose se afanaba con el cazo. Varios campistas se interesaron por nuestros avances y por el aroma de la comida.
Rematamos con nuestra última dosis de ron con coca cola.

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