Todo aquel que viaje por Islandia y disponga de poco tiempo debería de incluir en su itinerario la península de Snaefellsnes. La primera razón es por la belleza de sus paisajes. La segunda y más importante, porque aglutina todas las posibilidades que se ofrecen en la geografía islandesa en una extensión muy asumible. No hay que confiarse: dedícale tiempo para empaparte de su esencia y desviarte de la ruta principal, la carretera 54. Además, está cerca de Reikiavík, otro punto a su favor.
En un primer planteamiento, antes de iniciar el viaje, establecimos dos posibilidades. La primera, si disponíamos de poco tiempo, era acortar desde Stykkishólmur por la carretera 56 hasta Vegamot, en el sur de la sección central de la península, y seguir la carretera de la costa hasta Bogarnes. Nos hubiéramos perdido lo más interesante. Como disponíamos de tiempo, decidimos alcanzar el extremo occidental, hasta el Parque Nacional.
Esa sobreabundancia de lugares interesantes implicaba también renunciar a algunos de ellos, como el Museo del Tiburón de Bjarnarhöfn. Con la carne del tiburón de Groenlandia fermentada elaboraban un alimento que gozaba de cierta fama en la zona, aunque mi sobrino Javier lo probó y comentó que estaba asqueroso. Como la carne fresca del tiburón es venenosa, se la somete a un proceso de fermentación que la convierte en comestible. En la Lonely advertían de que el tiburón de Groenlandia era una especie en peligro de extinción, por lo que no era conveniente fomentar su consumo.
Cruzamos Kolgrafarfjördur y alcanzamos Grundarfjördur. Para nuestra sorpresa, observamos en su puerto un crucero. Las altas montañas que guardaban las espaldas al pueblo estaban surcadas por pequeños riachuelos que formaban tímidas cascadas, una constante en aquel ámbito. Por supuesto, las cimas habían sido conquistadas por la niebla, que se aferraba con celo. El sol no hacía acto de presencia.
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