La carretera 54 transitaba paralela al Hvammfjördur. Y, de pronto, el paisaje a nuestra derecha se pobló de islas que llenaban la bahía de Breidafjördur. Era un espectáculo único ya que parecía que la tierra se hubiera disgregado para satisfacer a los viajeros al inicio del atardecer. El horizonte eclosionaba en formas horizontales, como guiones en un texto de mar.
Poco antes de Stykkishólmur se alzaba Helgafell, la colina sagrada. No era muy alta (72 metros). Carecíamos de información sobre ella en aquel momento lo que provocó que pasara desapercibida y no la visitáramos. Te conminamos a que no hagas lo mismo. Aquí se celebraron asambleas que fueron un precedente del Althingi. Estaba asociada con la Saga de Gísli, con unas truculentas muertes, como no podía ser de otra forma. Hubo un templo dedicado a Thor y dicen que quienes ascienden hasta su cima conforme a un estricto ritual se les conceden tres deseos. Hay que partir desde la tumba de Gudrun Osvífursdóttir. Nunca se debe mirar atrás ni hablar una sola palabra en todo el camino. Al llegar arriba, parar en las ruinas de la antigua capilla. Los deseos han de pedirse con buena voluntad, que no dañen a nadie y no se deben contar a ninguna persona.
Stykkishólmur ocupaba el extremo de una península, al norte. Era pronto, por lo que localizamos el camping y nos fuimos al pueblo a completar la jornada.
Quizá el mejor lugar para hacerse una idea de conjunto fuera la iglesia vanguardista que dominaba una colina. Era habitual que las iglesias ocuparan los puntos más preeminentes y así ser los edificios más elevados. El primer premio al que subía hasta ella era la propia construcción, de una modernidad que podía chocar con el entorno más anclado en el pasado y en la tradición pesquera. La obra del arquitecto Jón Haraldsson era rompedora. A mí me recordaba a una ave sentada en su nido, la cabeza convertida en campanario. Para la guía, recordaba a una vértebra de ballena. Desde ese mirador observamos el pueblo de forma casi completa y la bahía con sus despoblados islotes. La arquitectura urbana se armonizaba con la fuerza del mar.
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