El primer punto de interés fue el farallón Hvitserkur, la camisa blanca -esa era su traducción-, que parecía un animal mitológico abrevando. La erosión había tallado ese afloramiento a pocos metros de la costa que, según una leyenda, era un trol que se dirigía a destruir el cercano monasterio de Thingeyrar y que fue sorprendido por los rayos de la mañana, por lo que se convirtió en piedra. Daba cobijo a muchas aves que habían dejado su mácula en su rostro.
Alcanzamos el punto más septentrional y comenzamos la ruta occidental. Apareció el restaurante Geitafell, de reconocida fama, que sin duda había patrocinado el folleto porque aparecía con profusión. Su especialidad era el marisco fresco.
Más allá estaba la granja Illugastadir. Las ovejas pastaban junto a las rocas de la orilla. Las grandes protagonistas eran, sin embargo, las focas. Nos concentramos buen número de personas que peregrinamos hasta una caseta desde donde podían ser observadas sin importunarlas. La senda y los acantilados eran hermosos y disfrutaban del sabor salvaje del entorno. Las focas descansaban en las rocas y algunas saltaban a las aguas, nadaban, asomaban la cabeza, se entretenían un instante para ser observadas. Con unos prismáticos eran fácilmente visibles.
Pasamos Hamarsrétt y continuamos hasta Hvammstangi, con unos 500 habitantes y un bonito conjunto de casas. Emprendimos camino hacia la península de Snaefellnes.
El coche estaba completamente lleno de barro.
0 comments:
Publicar un comentario