Atravesamos Hvammstangi y continuamos unos kilómetros, pero regresamos al pueblo y, por la carretera de circunvalación, alcanzamos la carretera 711, que durante 82 kilómetros rodeaba la costa de la península.
El folleto que nos entregaron el día anterior era muy atractivo (debía serlo, por razones de marketing) y su lema “una obra de arte de la naturaleza”, invitaba a no perderse este destacado lugar. Pero, como ocurre en algunas ocasiones, algunos factores oscurecieron el disfrute de esta perla del norte.
El primer factor fue el incidente con el coche del día anterior. Los dos íbamos silenciosos, cabizbajos, en contra de la dinámica de diálogo continuo que había imperado. Era evidente que habíamos dormido mal, peor que otros días. El cansancio se enquistaba y no nos recuperábamos totalmente. Nuestro ánimo era adusto. Conducía también con mayor prevención.
El segundo factor fue el tiempo. El cielo estaba completamente cubierto, el viento era fuerte y la lluvia no nos dio tregua en todo el día. La cercanía al Círculo Polar Ártico se manifestaba en un frío tremendo. El paisaje perdía sus colores y era incómodo poner pie en tierra para disfrutarlo.
La carretera tampoco acompañaba. La 711 estaba rizada y plagada de baches. La tierra húmeda podía provocar deslizamientos del vehículo, por lo que evité maniobras bruscas para sortear los baches. La tensión y los botes del coche se trasladaron a nuestras lumbares y mis brazos.
Debemos concentrarnos en lo bueno, en las tierras bajas y los lagos que aparecieron a nuestra derecha, hacia el este. Vesturhópsvatn se había formado por un brazo de tierra que había cerrado el acceso al mar. Más allá, el océano se revelaba en olas largas y temibles. Las aves se adaptaban a esas fuerzas de la naturaleza con un vuelo impecable.
Al otro lado del lago estaba Borgarviki, una alta peña que había sido utilizada en el pasado como fortaleza y que ahora constituía un estupendo mirador.
En el trayecto, que hicimos en caravana varios vehículos, asomaban pequeñas y típicas iglesias, como las de Breidabólsstadur o Vesturhópsholar, similares a otras que daban servicio a las pequeñas comunidades de granjeros que vivían en casi absoluta soledad.
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