Olafsfjördur, al igual que Siglufjördur, floreció en el siglo XIX como consecuencia del auge de la captura del arenque. Ambas poblaciones disponían de buenos puertos naturales. Contemplamos Olafsfjördur desde la carretera envuelto en una densa niebla. Por encima de las casas sobresalía la aguda torre de su iglesia. Para otro momento quedará la visita del museo de Historia Natural.
Un túnel inaugurado en 2010 comunicaba ambas poblaciones. Aquellas montañas eran buenas para practicar el esquí, con permiso de los troles, claro está. Siglufjördur era algo más grande que Olafsfjördur. En el pasado fue apodada la Klondike del Atlántico. Su edad de oro estuvo vinculada al arenque que, durante un siglo (entre 1867 y 1968) generó una importante riqueza para la zona y para el país. Aquella riqueza sacó a la nación del subdesarrollo y pudo ser uno de los factores que jugaron en favor de su independencia.
En aquellos tiempos, la exportación del arenque suponía más del 50% de los ingresos por ventas exteriores. La ciudad producía la mitad de los arenques, aceite y otros alimentos del país. En la actualidad era un pueblo tranquilo de algo más de mil habitantes que no había olvidado su pasado pesquero, como atestiguaban varios barcos amarrados al puerto.
El día seguía lluvioso y taciturno. Penetramos en el puerto sin demasiada convicción. Nos sentimos atraídos por los antiguos almacenes de madera y los antiguos barcos de pesca. En aquellos almacenes rescatados del pasado habían instalado el Museo de la Época del Arenque. Nos colamos con un grupo de americanos creyendo que la entrada era gratuita ya que en uno de los edificios nadie la controlaba. Conservaban herramientas relacionadas con la industria, aperos, cartas y fotografías de un ambiente marinero.
Nadie pensaría que en esta población podía ocurrir un crimen. Todos se conocían y nunca pasaba nada. Sin embargo, es el lugar donde transcurre La sombra del miedo, del escritor Ragnar Jonasson y su serie Islandia negra. Ari Thór, llega procedente de Reikiavik para incorporarse al cuerpo de policía. Como expresa su autor, “es un lugar maravilloso, muy pacífico, pero también muy aislado, lo que le hace perfecto para una novela negra”. Ari, a quien apodarán El Reverendo, por sus estudios de teología previos al ingreso en la policía, de perfil introvertido aunque no asocial, como los detectives de otros escritores nórdicos, como Arnaldur Indridasson o Hening Mankel, tendrá que descifrar lo ocurrido a consecuencia de una muerte extraña y otros sucesos posteriores.
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